Al rato de leer Manuales, sentencias y
Tratados tan sólo queda un olor a plástico. Un Tratado sobre la huelga describe
sus limitaciones y lleva en referencias que su autor es un patrón. Un Tratado
sobre la paz es firmado en el Atlántico Norte para asfixiar toda geografía
colindante y viene desde España y de cuello blanco, un señor experto en desahucios para
hablarnos de justicia social.
Una organización donde los que son juzgados
no tienen el derecho a juzgar viene con su fábula a dar lecciones de democracia
que pretenden vestir de novedades pero son las mismas tres preguntas jugando
dominó.
Un mapa que sólo puede ser leído como lo
haría Mafalda invita a todas mis facetas a la revuelta y a afirmar con
serenidad que sólo se conocen los derechos y su universalidad en la vida de a
pie. Por eso, la lavadora es un derecho social y leer un derecho existencial que
ha sido disfrazado de deber para mantener a los muchos callados y obedientes.
El plagio es un fusil que dispara a mansalva
contra mentes que luchan contra la vagancia sistemáticamente impuesta, y que se
encuentran entrampados en una protección de derechos de autor que requiere
viajes y contactos, y que se logra tan sólo sino hace rabiar a la Organización
Mundial del Comercio o a alguna de sus aves de rapiña.
La prostitución es la feminización de la
pobreza históricamente justificada y modernamente tecnificada, y llevada al
mundo de los Tratados que se suscriben para que nunca cambie nada, ¿o es que no
nos hemos puesto a pensar que nunca las sometidas al Dios del capricho y del
desprecio han sido invitadas a legislar?
Mientras que el aburrimiento es un impuesto
que cobra la pobreza a la riqueza que expropia los saberes y los haceres, y, la
indiferencia es un capítulo de la repartición injusta de las posibilidades.
En aquél cuento, el derecho internacional es
un pañuelo para pedir a gritos que la Policía Mundial detenga los forajidos pueblos
que exigen y demuestran el valor de la autodeterminación, de saltar con los
ojos abiertos, de negarse al pesado impuesto de la progresividad que enseña que cualquier país pobre tendrá
derechos cuando tenga todo lo que se requiere y así pasará la historia y tan
sólo podrá intentar pagar.
En aquél cuento, la prensa ha dejado de ser
el perro que pisa los talones de los que niegan el derecho de la existencia y
ahora es el que cuida las parcelas de la influencia de los bienes imperiales y
en nombre de los derechos políticos, cualquiera se amarra de cualquier palma
seca.
En nombre de los derechos sociales cualquiera
cierra el pico por un terrateniente y cualquier obrero grita histérico que le reconozcan
el privilegio a su empleador de ser su amo.
Cualquiera saca su mejor lengüetada en inglés
o en francés con adornitos tricolores para pedir que hagan en Venezuela lo que
pasó en Iraq o en las Malvinas y se embarran los zapatitos de a dólar diciendo
que actúan en nombre de Bolívar.
En el olor que deja el plástico con el que se
habla y se escribe desde los manuales que nunca miran, ni sienten, ni lloran, se
escriben líneas rojas cargadas de azufre, de esas que Chávez supo mandar al
carajo y se alinean activistas de festivales de música y de venta de ropa
artesanal diseñada al por mayor, confundiendo el derecho de la víctima con la
responsabilidad del victimario.
Es el derecho primario la vida y para ella la
paz, para cualquier paso se requiere la igualdad y sólo ésta se manifiesta en
la libertad, pero esos terrenos han sido abandonados por otros que tan sólo
hacen “taki ta taki ta takita” para pedir ruidosa ruidosamente que se aplique
el capítulo que autorice el fin de la Universalidad de los Derechos y la
Autodeterminación económica y política, porque en este mundo escrito al revés,
la democracia es para algunos el derecho de los menos de gobernar sobre los
chumosos más con el absoluto irrespeto
de las mayorías.
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