lunes, 22 de abril de 2013

Los derechos al revés


 
Al rato de leer Manuales, sentencias y Tratados tan sólo queda un olor a plástico. Un Tratado sobre la huelga describe sus limitaciones y lleva en referencias que su autor es un patrón. Un Tratado sobre la paz es firmado en el Atlántico Norte para asfixiar toda geografía colindante y viene desde España y de cuello blanco, un señor experto en desahucios para hablarnos de justicia social.

Una organización donde los que son juzgados no tienen el derecho a juzgar viene con su fábula a dar lecciones de democracia que pretenden vestir de novedades pero son las mismas tres preguntas jugando dominó.

Un mapa que sólo puede ser leído como lo haría Mafalda invita a todas mis facetas a la revuelta y a afirmar con serenidad que sólo se conocen los derechos y su universalidad en la vida de a pie. Por eso, la lavadora es un derecho social y leer un derecho existencial que ha sido disfrazado de deber para mantener a los muchos callados y obedientes.

El plagio es un fusil que dispara a mansalva contra mentes que luchan contra la vagancia sistemáticamente impuesta, y que se encuentran entrampados en una protección de derechos de autor que requiere viajes y contactos, y que se logra tan sólo sino hace rabiar a la Organización Mundial del Comercio o a alguna de sus aves de rapiña.

La prostitución es la feminización de la pobreza históricamente justificada y modernamente tecnificada, y llevada al mundo de los Tratados que se suscriben para que nunca cambie nada, ¿o es que no nos hemos puesto a pensar que nunca las sometidas al Dios del capricho y del desprecio han sido invitadas a legislar?

Mientras que el aburrimiento es un impuesto que cobra la pobreza a la riqueza que expropia los saberes y los haceres, y, la indiferencia es un capítulo de la repartición injusta de las posibilidades.

En aquél cuento, el derecho internacional es un pañuelo para pedir a gritos que la Policía Mundial detenga los forajidos pueblos que exigen y demuestran el valor de la autodeterminación, de saltar con los ojos abiertos, de negarse al pesado impuesto de la progresividad que enseña que cualquier país pobre tendrá derechos cuando tenga todo lo que se requiere y así pasará la historia y tan sólo podrá intentar pagar.

En aquél cuento, la prensa ha dejado de ser el perro que pisa los talones de los que niegan el derecho de la existencia y ahora es el que cuida las parcelas de la influencia de los bienes imperiales y en nombre de los derechos políticos, cualquiera se amarra de cualquier palma seca.

En nombre de los derechos sociales cualquiera cierra el pico por un terrateniente y cualquier obrero grita histérico que le reconozcan el privilegio a su empleador de ser su amo.

Cualquiera saca su mejor lengüetada en inglés o en francés con adornitos tricolores para pedir que hagan en Venezuela lo que pasó en Iraq o en las Malvinas y se embarran los zapatitos de a dólar diciendo que actúan en nombre de Bolívar.

En el olor que deja el plástico con el que se habla y se escribe desde los manuales que nunca miran, ni sienten, ni lloran, se escriben líneas rojas cargadas de azufre, de esas que Chávez supo mandar al carajo y se alinean activistas de festivales de música y de venta de ropa artesanal diseñada al por mayor, confundiendo el derecho de la víctima con la responsabilidad del victimario.

Es el derecho primario la vida y para ella la paz, para cualquier paso se requiere la igualdad y sólo ésta se manifiesta en la libertad, pero esos terrenos han sido abandonados por otros que tan sólo hacen “taki ta taki ta takita” para pedir ruidosa ruidosamente que se aplique el capítulo que autorice el fin de la Universalidad de los Derechos y la Autodeterminación económica y política, porque en este mundo escrito al revés, la democracia es para algunos el derecho de los menos de gobernar sobre los chumosos más  con el absoluto irrespeto de las mayorías.

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