Gisele
Halimi abogada y feminista era amiga personal de Simone de Beauvoir. En uno de
sus libros cuenta que nuestra luminaria conservaba a lo interno grandes
contradicciones, el peso de ser el segundo sexo, nacida en una sociedad
burguesa con una pertenencia de clase muy marcada. El tema es que quizás unos veinte
años antes, andaba toda Maracaibo sonrojada porque María Calcaño se paseaba la
Gran Calle Derecha, la Catedral y el Cementerio hablando de su gozo, de su
cuerpo. Unos diez o quince años después
era Coro que se sonrojaba con Lydda que poetizaba sobre los hedores que quedan
dando vueltas fétidas después del uso del sexo. Es entonces cuando, intemporal
o presa de este tiempo, yo me siento con el deber de decir “y si no me da la
gana”.
En algún
momento, esta sociedad enloqueció. Impulsada por la economía del mercado,
dibujada por la televisión desestructurada y descontrolada, con sus modelitos
del narco y otras tantas contradicciones del proceso de reggeatonización del
planeta, la gente ha llegado al punto de mirarte con su navaja afilada
insinuando sino sentenciando, que una tiene algún tipo de deuda corporal hacia
la sociedad o una cuota que pagar en algún infecto quirófano, y así, el cuento
pasa con una sola palabra de lo neoliberal a lo neolítico.
Quizás, es
la falta de comunicación entre nosotras y las campañas permanentes, desde la que
vende galletitas hasta la que anuncia el nuevo curso de rescate o primeros
auxilios, la que hace que algunas acepten que tiene la sociedad –muchas veces
más concreta en la presencia del novio o del esposo- la capacidad de diseñarles
sobre la obra biológica-divina de su humanidad, el cuerpo perfecto.
Es cuando
quiero tomar la despreciable frasecita del Sr. Osmel Sousa de “eres bella,
firma aquí” y gritar “eres despreciable, firma aquí” y sonreír viendo los
dibujos de Lucía Borjas con su valiente campaña de “mi cuca es de oro” porque
el tema no sólo hiere de muerte a miles en los quirófanos, ni enferma de cáncer
a tantas mas, sino que hiere la dignidad de los cuerpos, base de la cualidad de
sujetos que las mujeres han sabido ganar.
Quizás una
leyendo esto que escribe se autoaburre. Parece de plano que es más que evidente
nuestro derecho a federarnos en contra de que medios, maridos y médicos se
apropien de nuestros cuerpos pero no es así. No es ninguna la distancia entre
las arrancadas de clítoris que se dan en Africa y las sacadas de mamas para
meter prótesis, las estiradas de glúteos, las recortadas de panza… Quizás, la
única distancia es la de que a algunas formas de violencia las acusan de
salvajes y nos llaman entonces a aborrecerlas y a otras, de occidentales, de
modernas y por ende, a anhelarlas.
Queda
entonces a cada una la posibilidad de decir “y si no me da la gana” y
resistirse al cajón de los juguetes multifuncionales: la muñeca que lava, que
cocina, que obedece, que se la tiran.
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