lunes, 15 de julio de 2013

Y si no me da la gana


Gisele Halimi abogada y feminista era amiga personal de Simone de Beauvoir. En uno de sus libros cuenta que nuestra luminaria conservaba a lo interno grandes contradicciones, el peso de ser el segundo sexo, nacida en una sociedad burguesa con una pertenencia de clase muy marcada. El tema es que quizás unos veinte años antes, andaba toda Maracaibo sonrojada porque María Calcaño se paseaba la Gran Calle Derecha, la Catedral y el Cementerio hablando de su gozo, de su cuerpo.  Unos diez o quince años después era Coro que se sonrojaba con Lydda que poetizaba sobre los hedores que quedan dando vueltas fétidas después del uso del sexo. Es entonces cuando, intemporal o presa de este tiempo, yo me siento con el deber de decir “y si no me da la gana”.

En algún momento, esta sociedad enloqueció. Impulsada por la economía del mercado, dibujada por la televisión desestructurada y descontrolada, con sus modelitos del narco y otras tantas contradicciones del proceso de reggeatonización del planeta, la gente ha llegado al punto de mirarte con su navaja afilada insinuando sino sentenciando, que una tiene algún tipo de deuda corporal hacia la sociedad o una cuota que pagar en algún infecto quirófano, y así, el cuento pasa con una sola palabra de lo neoliberal a lo neolítico.

Quizás, es la falta de comunicación entre nosotras y las campañas permanentes, desde la que vende galletitas hasta la que anuncia el nuevo curso de rescate o primeros auxilios, la que hace que algunas acepten que tiene la sociedad –muchas veces más concreta en la presencia del novio o del esposo- la capacidad de diseñarles sobre la obra biológica-divina de su humanidad, el cuerpo perfecto.

Es cuando quiero tomar la despreciable frasecita del Sr. Osmel Sousa de “eres bella, firma aquí” y gritar “eres despreciable, firma aquí” y sonreír viendo los dibujos de Lucía Borjas con su valiente campaña de “mi cuca es de oro” porque el tema no sólo hiere de muerte a miles en los quirófanos, ni enferma de cáncer a tantas mas, sino que hiere la dignidad de los cuerpos, base de la cualidad de sujetos que las mujeres han sabido ganar.

Quizás una leyendo esto que escribe se autoaburre. Parece de plano que es más que evidente nuestro derecho a federarnos en contra de que medios, maridos y médicos se apropien de nuestros cuerpos pero no es así. No es ninguna la distancia entre las arrancadas de clítoris que se dan en Africa y las sacadas de mamas para meter prótesis, las estiradas de glúteos, las recortadas de panza… Quizás, la única distancia es la de que a algunas formas de violencia las acusan de salvajes y nos llaman entonces a aborrecerlas y a otras, de occidentales, de modernas y por ende, a anhelarlas. 

Queda entonces a cada una la posibilidad de decir “y si no me da la gana” y resistirse al cajón de los juguetes multifuncionales: la muñeca que lava, que cocina, que obedece, que se la tiran.

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