A
mi mamá.
Detrás de la fotito en el canal de
Panamá hay cosas que los turistas venezolanos no han visto. Las mismas que no
habían visto en Venezuela, Panamá es un pueblo. Uno que conoce mucho más que nosotros lo que
es ser invadido, lo que es ser reducido, lo que es ser perseguido. No sorprende
que en Venezuela poco se escuche hablar de las feroces represiones contra las
manifestaciones sindicales y estudiantiles porque no conocen tampoco que en ese
edificio blanco donde se retratan se vive uno de los peores capítulos de
corrupción de la historia de esa Nación.
Para ellos, la vida son las cosas y
entonces, Panamá es un puerto. No es la sangre que se derramó para construirlo
ni la separación violenta de los sectores, ni hay tiempo para conocer que allí
hay provincia y que esta es increíblemente pobre.
Como a Panamá se va a comprar ropa,
a raspar tarjetas y perfumes, nadie sabe cuánto ahogan los costos de la vida a
las familias nacionales, ni cuantos jóvenes no pueden permitirse estudiar, ni
como duele la cicatriz de haber vivido con cartelitos que demarcaban que era
para gringos y que era de los panameños.
Así como si del plato se separara
el arroz de la carne, el “lomito” de la ciudad y del país fue plato prohibido
durante décadas, dibujando una geografía dividida entre zonas donde el bosque abunda y las casas son cómodas y otra, casi en la miseria, estrecha para los panameños. Sobrevivir allí y pasar las puertas requería contactos o astucias, pero lo concreto y permanente fue eso, el robo del territorio y de las riquezas.
Para el año de 1989 mientras que en Venezuela se llenaba la
“Peste” de gente acribillada por protestar, los marines hacían su agosto por órdenes
de Bush en las barriadas populares. Se fueron de frente a una invasión que no podía ser resistida y entonces, la foto cuenta como un país sin ejército se defendió a piedras
y pronto no hubo más que dolor sobre esas callecitas coloridas, caribeñas.
Mientras la Salsa habla de un
cotidiano alegre y en los mediodías llueve en Ciudad de Panamá, la gente vivió privada de cosas que nos cuestan imaginar, tan elementales como poder circular o ver ondear su propia bandera. El derecho de ser Panamá como los panameños quisieran que fuera, estaba vedado hasta para los pensamientos.
Esto ha cambiado en la fuerza simbólica sobretodo cuando la promesa de Torrijos se volvió realidad y pudo darse la reconversión del Canal, recuerdo todo el eco de aquella mañana del 31 de diciembre, los ojos llenos de lágrimas los panameños abrazaban la libertad de poder levantar su bandera, decir que aquél era su canal. Aunque esto no haya significado librarse así como así ni de una clase política, ni un dominio cultural, ni de huellas gramaticales que cuentan cómo han sido obligados a negarse a sí mismos.
Esto ha cambiado en la fuerza simbólica sobretodo cuando la promesa de Torrijos se volvió realidad y pudo darse la reconversión del Canal, recuerdo todo el eco de aquella mañana del 31 de diciembre, los ojos llenos de lágrimas los panameños abrazaban la libertad de poder levantar su bandera, decir que aquél era su canal. Aunque esto no haya significado librarse así como así ni de una clase política, ni un dominio cultural, ni de huellas gramaticales que cuentan cómo han sido obligados a negarse a sí mismos.
Pero en esta hoja yo no escribo
como venezolana escribo como panameña para venezolanos que han hecho de esta
tierra una segunda Miami, donde financian bochornosos gobiernos peores que los de
la Cuarta República venezolana, que se dan como gracia estar pidiendo
intervenciones militares extranjeras y que no saben cuánto una sueña, teniendo
a sus mayores en ese país, poderles ofrecer un capítulo de atención de las
misiones y no tener que saber que viven a sus ochenta y largos, intentando pagar
completa la cuenta de la electricidad.
Mis abuelos son viejos normales tienen un
televisor, una cocina y un aire pero pagan en luz una millonada. Mis abuelos son
viejos normales aman su país y se deprimen como las plantas si salen de casa
pero viven la vida de la gente que no sale en la postal del casino, esa que
cuesta sudor y lágrimas.
Panamá es una esperanza y no una
realidad. Siempre como la hija menor deseada por las garras del enemigo,
confundida y maleada por mercaderes que llegaron a prostituirle que no
pueden con la dignidad de las manos que trabajan, que conocen el olor del
campo, el chirriar de los metales. Panamá también solidariamente nos habla.
Más de 20 organizaciones sociales panameñas se solidarizan con Venezuela ante ataques fascistas http://www.aporrea.org/venezuelaexterior/n246466.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario