martes, 25 de marzo de 2014

El compromiso ético del jurista



A Gabriel



El mundo no es el expediente, valga voltear la máxima que aprendimos en la Universidad. El mundo es el lugar donde todo pasa y muchas veces nadie lo escribe.

Si parto de allí es porque creo que tenemos deberes específicos con nuestro tiempo, que no vale recitar artículos o sentencias para creernos juristas sino que la abogacía nace de un matrimonio con aspiraciones de justicia. Para ello, nuestro quehacer se ve siempre impregnado por nuestra visión del mundo, que es lo bueno, que es lo malo; quien es el bueno, quien es el malo. Pero ignorar la vida, todo lo que ocurre más allá de nuestros códigos aprendidos como credos es un error para el que fuimos configurados.

Por eso, los abogados aportamos muy poco a los problemas sociales. A las miles de personas sin hogar no teníamos qué decirles pues aprendimos a proteger las casas de quienes tenían propiedad. A las miles de personas que tienen problemas en el trabajo no podemos mirarles a los ojos sin empezar a orar en nuestro latín propio: el de los términos jurídicos.

Somos expertos en palabras raras y frases incompletas. Sabemos que evacuar no es ir al baño sino un procedimiento judicial, que es estar confeso o estar contumaz pero ignoramos cuando Couture insiste que el derecho que se aprende estudiando, se ejerce pensando.

¿En qué piensa un jurista cuando el mundo acelera el movimiento? ¿En dónde pone el acento, cómo se nutre y se hace parte de una sociedad? ¿Qué riesgos debe correr un jurista? ¿Cómo hace a su favor la difícil línea de lo que es jurídico y de lo que es político?


Con el tiempo y el paseo por distintos roles sólo entiendo la abogacía como un proceso de decir la verdad. Una manera de ser honesto con uno mismo, con el otro y con los principios. Quizás por ello me cueste ubicarme entre los expertos del trajeado, los golpeadores de mesas, los gritadores de pasillo y me encuentre más a gusto con los que, diciendo ibanos o venianos, defienden lo que entienden justo y verdadero.

Soy quizás en el fondo cada vez más una paria en mi oficio pero allí, desde donde escribo o cuando recojo las lágrimas de un trabajador que ametrallado por una notificación había decido rendirse, creo que mi exilio vale la pena.

Pues no existe en mi opinión más gloria que cumplirle a aquellos que piden ser tratados como humanos y mandar a la mierda toda la caletreadera loca de conceptos y categorías.

¡Que tristes me resultan al final los que se atragantan de artículos que no entienden para atropellar! ¡Qué triste es quien no pone el pecho o la mano para defender una idea! Son quizás abogados acreditados pero son sin duda alguna abortos de juristas.

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