A Gabriel
El
mundo no es el expediente, valga voltear la máxima que aprendimos en la
Universidad. El mundo es el lugar donde todo pasa y muchas veces nadie lo
escribe.
Si
parto de allí es porque creo que tenemos deberes específicos con nuestro
tiempo, que no vale recitar artículos o sentencias para creernos juristas sino
que la abogacía nace de un matrimonio con aspiraciones de justicia. Para ello,
nuestro quehacer se ve siempre impregnado por nuestra visión del mundo, que es
lo bueno, que es lo malo; quien es el bueno, quien es el malo. Pero ignorar la
vida, todo lo que ocurre más allá de nuestros códigos aprendidos como credos es
un error para el que fuimos configurados.
Por
eso, los abogados aportamos muy poco a los problemas sociales. A las miles de
personas sin hogar no teníamos qué decirles pues aprendimos a proteger las
casas de quienes tenían propiedad. A las miles de personas que tienen problemas
en el trabajo no podemos mirarles a los ojos sin empezar a orar en nuestro
latín propio: el de los términos jurídicos.
Somos
expertos en palabras raras y frases incompletas. Sabemos que evacuar no es ir
al baño sino un procedimiento judicial, que es estar confeso o estar contumaz
pero ignoramos cuando Couture insiste que el derecho que se aprende estudiando,
se ejerce pensando.
¿En
qué piensa un jurista cuando el mundo acelera el movimiento? ¿En dónde pone el
acento, cómo se nutre y se hace parte de una sociedad? ¿Qué riesgos debe correr
un jurista? ¿Cómo hace a su favor la difícil línea de lo que es jurídico y de
lo que es político?
Con
el tiempo y el paseo por distintos roles sólo entiendo la abogacía como un
proceso de decir la verdad. Una manera de ser honesto con uno mismo, con el
otro y con los principios. Quizás por ello me cueste ubicarme entre los
expertos del trajeado, los golpeadores de mesas, los gritadores de pasillo y me
encuentre más a gusto con los que, diciendo ibanos o venianos, defienden lo que
entienden justo y verdadero.
Soy
quizás en el fondo cada vez más una paria en mi oficio pero allí, desde donde
escribo o cuando recojo las lágrimas de un trabajador que ametrallado por una
notificación había decido rendirse, creo que mi exilio vale la pena.
Pues
no existe en mi opinión más gloria que cumplirle a aquellos que piden ser tratados
como humanos y mandar a la mierda toda la caletreadera loca de conceptos y
categorías.
¡Que
tristes me resultan al final los que se atragantan de artículos que no
entienden para atropellar! ¡Qué triste es quien no pone el pecho o la mano para
defender una idea! Son quizás abogados acreditados pero son sin duda alguna
abortos de juristas.
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