A
veces te imagino, aunque por ratos sienta que te recuerdo. Estás allí, sentado
con la pereza del domingo, con el olor de café impregnándote los labios, tan
lleno de ideas como de caricias y deslizándote por todas las partes que conozco
en un ambiente lleno de color y de sombras. Por algún momento, sabes tomarme por
las caderas y andar como quien busca agua en mi cuello y
sabes cuánto la risa y el amor, para mí, son la misma cosa.
A
veces siento que eres tú quien me imagina, que paseo por tus pensamientos hasta que salgo por tu mirada, con mi manera de ser torpe y de argumentar por horas. A veces siento que conoces la distancia que nos encuentra y desencuentra, en esos limbos entre lo que es y lo que no es.
Sabes que amo y odio la música, que me gusta caminar donde
nadie me conoce, que nunca me curé de la Secundaria y tengo todavía sonrojos y pesadillas con aquellos pasillos.
Sabes que soy tan compulsiva como desordenada cuando leo o cuando escribo. Que busco brazos que construyan un techo sobre mis miedos y pies que caminen la callecita maloliente y mojada que da a la casa.
Sabes que todas las mañanas como lo mismo, a la misma hora en el mismo lugar y me da pena admitirlo, que no repito los sitios donde hago lo mismo, que tengo todo un rosario de fobias, que me deslizo entre querer hacer la vida libre como Manuela o quedarme a ser acompañada y ser compañía. Que más de una vez al mes se me nubla toda la risa...
Sabes que en mi vida hay dos esquinas y que me disfrazo de tanto en tanto para ser a veces,
callada y exacta y otras, extravagante y dispersa.
Pero también, a veces,
siento que estás allí, donde no te puedo ver imaginando la misma sala llena de
libros y café. A veces, te recuerdo con tus botas abiertas y tu pelo largo,
pasando tu dedo por mi espalda, mojando mi boca cuando me recitas un verso de
Silvio y no te has ido. Esa vez, te imagino y ya no te recuerdo, así, siempre
regresa la primera vez.
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