Nunca nadie creyó mi
chavismo salvo para mi familia paterna que lo explica como algún tipo de enfermedad mental que me inoculó
papá que debió haberla contraído por
exceso de sol en los médanos de Coro.
La verdad es que en éste
contexto tan lleno de idas y venidas y una de las pocas veces donde me siento
obligada a exigir respeto me siento a contar las razones de mis posturas
políticas sin referirme a los elogios del PNUD o los logros según las
estimaciones de la FAO y que se despliega en fibras intimistas.
Soy chavista porque mi abuelo fue adeco pero
no fue aquellos que estaban en las mesas para negociar sino de los que estaban
en la cárcel. Una vez, dos veces, tantas veces.
Mi abuelo pagó cárcel por
creer en su país y sintió la política desde casi un niño, mi abuelo vio morir a
su amigo Ruiz Pineda y le dio su nombre a su hijo aunque la gente se lo
reclamara porque en aquel Coro, Leonardo, era nombre de negro.
Mi padre desde niño
sintió el horror de la represión y recuerda sin quererlo cuando duerme los
golpes que la Seguridad Nacional le daba a su tío Roberto y a mi abuela, y, yo
escucho de vez en cuando las pesadillas de mi padre, tanto pero tanto tiempo
después.
Mi padre, hijo de ese
sueño que llevaba mi abuelo, nunca fue adeco. Acompañado de la bandera del
Chema mi padre fue al MIR que es una especie de burbuja donde me crié con
Isabel Peroso y donde vienen los primeros versos que me construyeron.
Soy chavista porque mi
abuela me contó el hambre y la maleta que cargaba lista para buscar en cada
cárcel a mi abuelo y lloró contándome del día que debió dejar a mi papá con sus
abuelos, y, del silencio que lleva desde la muerte del Chema.
Recuerdo desde siempre
la mirada de José Zavala, siempre eclipsada por la esperanza y ahogada en el dolor
que pensaban que yo no entendía y nunca olvidaré la primera vez que Lydda
Franco leía “hoy es día de sin josé”, y allí me enteré de golpe de torturas y
desapariciones cotidianas.
Por esos tiempos eran
los años de la escuela tan llena de héroes y antihéroes. El Profesor de
Historia con su inteligencia vivida era uno de mis héroes, de él aprendí y con
él afilé la sinceridad de no tenerle miedo a ser honesto, y también el precio
de hacerlo en una estructura creada para la hipocresía. Su palabra fue su
despido sin trámite, sin réplica por la presión de los socios y de los padres
social y económicamente influyente.
Luego vino el Golpe de
Abril y tuve la imagen que me persigue en sueños. Sentada en el borde de la
cocina, mi padre con su frase aguada, “vendrán aquí, nos vamos. Ustedes con su
tía estarán bien. No pregunten, es mejor. Si llegan y te toman no protestes. Es
mejor que no sepas nada” y lloró. Cada hora parecía contada por un reloj de
arena, tenía 16 años y ninguna idea de aquello, sólo eran tomas de gente
caminando y militares en la pantalla, un grito que silenciaba el alma. Mi
padre, quien es como todos conocen la fibra de mi alma, desaparecía en la
confusión.
Era en aquella infancia,
Yamila Souki, una de mis grandes amigas. Yamila estudió conmigo siempre y nos
llevó años llevarnos bien. Su padre era amigo de mi padre y sonaban todos los
ruidos que habían atentado contra él, decían que le habían allanado la casa,
que lo habían golpeado, que ya no estaba. El papa de Yamila era el señor que
tantas veces me llevaba a casa. El horror cambió el panorama. Seguía sin
entender sólo tenía miedo. Mi tía apareció e hice como dijo mi madre, sólo
llevé lo que cabía en el bolso. Sólo llevé mi cámara y me fui.
Era el día siguiente del
día siguiente, ese, el que sólo había Tom y Jerry en la televisión, mi primo
comía cereal parado en la cocina. La fuerza del pueblo se hizo incontenible y
tuvieron que mostrar la gente postrada en Miraflores. Él, Chávez, apareció. La
gente lo llevaba, el llevaba la gente. Mi primo se quejó amargamente, jamás lo
olvidé ¿Cuándo esos marginales entenderán que la gente no quiere a Chávez? Y con
las horas mi padre volvió.
En ese minuto el
panorama político dejó de ser imagen televisiva y herencia familiar. Chávez,
quien quiera que fuera, se grabó en mi memoria, se volvió el hombre que regresó
a mi padre. Mi segundo padre, el salvador de mi padre. No lo sé, sólo la imagen
de un rayo que quebró el temor más grande que nunca viví.
Fue ese mismo día que
tomé el teclado y desde entonces he escrito lo que yo desde mi espacio he visto
como la historia de un proceso histórico que lleno de confusiones y
contradicciones, intenta prender esperanzas en ésta sociedad llamada a morir de
inutilidad.
Fue poco después que
quisieron volar Maracaibo con el Pilin León y yo, todavía estaba en el Colegio.
Eso me costó merecer la medalla. Pues mi condición de hija de chavista era
causal de indignidad. Y no lo fue sólo el día de la graduación, lo fue todos
los meses antes. Lo fue en la aclaratoria de la Profesora de Dibujo Técnico “por
gentuza como tú este país está como está”. Lo fue en cada día de los meses que
faltaban para que aquél año escolar concluyese.
Lo fue igualmente en la
Universidad donde todos mis amigos eran de oposición, aquello es lógico desde
el punto de vista de la ubicación socioeconómica de mis colegas, a quienes
jamás he exigido nada y quiénes siempre han hablado de sus posturas delante y
conmigo.
Creo que mal podría
alguien contar alguna actitud de rabia o de intolerancia ante su postura
política, ni cuando en Derecho de los Contratos, el Profesor explicaba cómo la
izquierda se había encargado de destrozar éste país. Pero fue en esos momentos,
sometida a la más absoluta soledad, donde comencé activamente mi militancia
política.
Mi primer paso fue la
Juventud Comunista y siempre será en mi corazón un espacio querido, lleno de
tantas ganas, consignas, canciones, fueron las primeras campañas, las
comunidades perdidas que jamás había visto. Ese fue el trance que recuerdo en
la risa de Elsy del Carmen, pues salí de la ciudad burbuja y conocí Maracaibo.
Maracaibo panorama
infinito de casas de hojalata. Maracaibo guajira, barí, colombiana. Maracaibo
después de la curva, la circunvalación hacia dentro. Ese Maracaibo de las
señoras que regalan sopa con arepa y donde nada tienes que enseñar y tanto que
aprender.
Recuerdo que era tiempo
de la Enmienda constitucional y fui con un colectivo a algún lugar de esa
infinita geografía, quería explicarles porqué era necesaria la Enmienda y la
señora me dijo “porque antes las recetas del médico quedaban para ponerse amarillas
o comérselas y ahora no.” Una buena cantidad de tiempo después, estando en
Guatire el eco de aquella voz se vino conmigo. Los obreros, las obreras me
contaban su historia, tan parecida que era la historia de un país.
Fue para entonces que ya
la vinculación, la entrega, el dedicar cada día de la vida. Sin sábado, sin
domingo. Las horas después del Tribunal, el alma a la gente se volvió definitiva.
Nunca encontré tanta paz, tanto amor, tanta esperanza.
Por ello esta historia
no es la historia de lo que he obtenido, recuerdo perfectamente a mi tutora de
pasantías que me decía “deberías dedicarte al derecho de empresas, a los
bancos, a los seguros…” Aquello era todo mi espanto y un tiempo luego, con las
condiciones reales de no tener casa, no ser capaz de mantener una pareja. Creo
que escoger aquello era la salida sencilla, como podía haber sido para Chávez
dedicarse a llegar a ser General.
No es la historia
sencilla, es la entrega. Es el dolor de éste momento en el que hemos vivido
tantas cosas. No soy yo la que diré que éste es un esquema perfecto ni que no
he visto de cerca la corrupción. No soy la que diré que todo está.
Soy la que cree en la
magia que quien había sido condenado a limpiar botas es hoy un médico, la que
lo enarbola en el contraste con lo que vi en Europa. David, mi David, el más
brillante estudiante de derecho que jamás vi, es hoy cantinero. Su condición de
hijo de obrero no le da para aspirar a más.
Mi país cambió al ritmo
más impresionante y aunque le quedan mil tareas pendientes que nadie niega: la
inseguridad y la delincuencia, la violencia contra la mujer, la economía
fluctuante, el empleo de los jóvenes, el aparato de justicia, la dignificación
de los cultores, la democratización de la vivienda…
Mi postura política que
ha sido siempre la misma, el creer en el deber del Estado de lograr la igualdad
real y no formal, el reconocimiento y cariño hacia los pueblos indígenas, el
subir la bandera sin pisadas de imperialismos. No cambia con la muerte de
Chávez.
Mi amistad por tanta
gente que no cree en esto tampoco. Mi respeto por sus posturas personales y
políticas tampoco, pero si, discúlpenme si requiero un poco de distancia, sino
salto talanqueras, sino estoy de ganas de leer cadenas.
No sé si a alguien le
explique esto porque es que alguien a quien todos le explican las razones por
las cuales no puede ser chavista, lo es y lo será incluso si decido, pronto o
después, retirarme de la política. Sepan que me avalo en generaciones de sueños
y en kilómetros de ganas.
P.D.- Para datos objetivos les recomiendo leer apartes de logros del proceso bolivariano y en todo caso, si quieren discutirlos conmigo, darme una esperadita.
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