Una suele aceptar sin demasiada formalidad,
la muerte de una esperanza. Suele entenderlo como cosa cotidiana y esto se pone
peor si se somete a consulta de algún experto o inexperto en el arte de
consolar. Creo que después de los 25 una ya tiene bastante background para
entender que le contestarán que todo pasará, que dos ramasos y se acabó, que si
pasó era lo mejor.
Una suele callar sin demasiada formalidad, la
muerte de un pedazo del alma. Aquello ocurre en ocasiones diversas como por
ejemplo cuando la luz se ve más cerca que el final del túnel y estabas a todo
disfrutar el esquivar los carros y las curvas.
Una suele llorar sin demasiada formalidad, la
muerte de una amistad. Aquello pasa por tantas causas, muerte, descontento,
diferencias políticas y apolíticas, cuestiones del corazón y del arañazo. Creo
que más amistades son las que mueren que las que sobreviven.
Pero una suele tener dificultades para drenar
las esperanzas muertas, los pedazos del alma que quedan guindando sin cumplir
su rol y las amistades que se fueron. La prueba máxima es encontrarse la
esperanza, el alma o el amigo en la punta de un ascensor que tardará la
eternidad en bajar o tener que fingir satisfacción pues una calladamente
entiende la vida como un estado prolongado y continuado de muerte.
Una suele dejar de lado, por la madurez
obligatoria, el derecho a sentirse como un trapo que se perdió en el aeropuerto
o en el gimnasio.
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