Día 1.
He decidido acercarme a este intento de una
manera distinta. De modo que mi alegría sea un tributo a mis muertos. A la
memoria de mi abuelo dedicaré el compromiso, a la de Chávez la lealtad, a la de
Nelly la insubordinación y a la de Rebeca la perseverancia. He decidido que no
basta con cerrar puertas sino que es un buen tiempo de preguntarme y mirar las
violencias propias que vamos reflejando en los demás.
¿Qué rol tenemos en la vida? ¿Qué culpa tengo
en no encontrar caminos definitivos al amor, de esos que llevan a la foto y al
parto?, ¿Qué necesidad tengo de hacer girar la rueda desde abajo, como un hámster
sin estrellatos? ¿Qué es la vida en un cuerpo de mi tamaño, con mi herencia y
sus promesas? ¿Qué es el pedazo de pan que como a la misma hora? ¿Qué es lo que
genera la risa?
Las preguntas van como lanzando flechas cada
una más adentro que la anterior. La vida es pregunta que busca tornarse en
respuesta. De los amores que he tenido he guardado una cajita de madera. El
primero fue el de la mochila a cuesta, el que soñaba un pequeño café con
libros, las ventanas abiertas… El segundo fue el amor de orquídeas, verdoso
jardín donde vivir tormentos, el rojo de la sangre que corría por las venas y
los caminos arenosos, Maracaibo adentro, barrio adentro, Santa Lucía… El
tercero fue un amor de margaritas, pintarrajeado como las alas de mariposas, el
que se conforma con caricias y cuenta las casas donde los pájaros vuelan…El
cuarto fue el amor de las realidades, de los tiempos oscuros y complejos, la
transición del imaginario a la realidad, la diferencia de clases. El camino
aquí no termina sino que zigzaguea.
¿Dónde se sujeta la propia vida si las
respuestas de estos todas fueron las mismas? A veces ocurro al penoso deber de
imaginar una convención de mis ex amantes donde todos declaren lo mismo: el
amor de esa mujer no era un amor de los que se acumulan como barajitas, sería
la que me hubiese quedado toda la vida si yo pudiese ser de otra manera.
El amor se me agota entonces como goteando.
No tengo la rabia de la primera vez, aquella que disparaba poemas. No tengo la
amargura de la segunda vez signada por traiciones y borrones. No tengo la culpa
de la tercera vez, tengo una pregunta colgada de la oreja. Tengo el espacio
donde, con todos y ninguno, quiero encontrarme conmigo incluso si mas nadie me
encuentra.
Si el riesgo es morir como una cat lady pues valga asumirlo. Prefiero
el lugar honroso de las que tuvieron amores con un Castor o misterios de un
pueblo que resignarme a doblarme como una camisa en un cajón. Prefiero la
libertad con sus dolores y sus riesgos. Pasar la vida rezándole a la Chinita
que no se haga tan tarde y que si se hace aleje cualquier espanto que entrar en
la fábrica de sumisión.
Entonces cosa distinta, la violencia que nos
rodea nos mancha por dentro. Nos juzgamos duramente. Nos sentimos que
traicionamos la biología, para ser libre no se es mujer y si se intenta, se
pierde el norte de la falda, el coche y el envejecer acompañada.
Entonces, caminar con las manos, reír con el
estomago, tomar la noche libre. La vida es el espacio para la conquista. Con su
forma, su reforma o su deformación, vale la pena vivir para afirmar que una
está viva.
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