lunes, 25 de noviembre de 2013

Valentía adentro


Día 1.

He decidido acercarme a este intento de una manera distinta. De modo que mi alegría sea un tributo a mis muertos. A la memoria de mi abuelo dedicaré el compromiso, a la de Chávez la lealtad, a la de Nelly la insubordinación y a la de Rebeca la perseverancia. He decidido que no basta con cerrar puertas sino que es un buen tiempo de preguntarme y mirar las violencias propias que vamos reflejando en los demás.

¿Qué rol tenemos en la vida? ¿Qué culpa tengo en no encontrar caminos definitivos al amor, de esos que llevan a la foto y al parto?, ¿Qué necesidad tengo de hacer girar la rueda desde abajo, como un hámster sin estrellatos? ¿Qué es la vida en un cuerpo de mi tamaño, con mi herencia y sus promesas? ¿Qué es el pedazo de pan que como a la misma hora? ¿Qué es lo que genera la risa?

Las preguntas van como lanzando flechas cada una más adentro que la anterior. La vida es pregunta que busca tornarse en respuesta. De los amores que he tenido he guardado una cajita de madera. El primero fue el de la mochila a cuesta, el que soñaba un pequeño café con libros, las ventanas abiertas… El segundo fue el amor de orquídeas, verdoso jardín donde vivir tormentos, el rojo de la sangre que corría por las venas y los caminos arenosos, Maracaibo adentro, barrio adentro, Santa Lucía… El tercero fue un amor de margaritas, pintarrajeado como las alas de mariposas, el que se conforma con caricias y cuenta las casas donde los pájaros vuelan…El cuarto fue el amor de las realidades, de los tiempos oscuros y complejos, la transición del imaginario a la realidad, la diferencia de clases. El camino aquí no termina sino que zigzaguea.

¿Dónde se sujeta la propia vida si las respuestas de estos todas fueron las mismas? A veces ocurro al penoso deber de imaginar una convención de mis ex amantes donde todos declaren lo mismo: el amor de esa mujer no era un amor de los que se acumulan como barajitas, sería la que me hubiese quedado toda la vida si yo pudiese ser de otra manera.

El amor se me agota entonces como goteando. No tengo la rabia de la primera vez, aquella que disparaba poemas. No tengo la amargura de la segunda vez signada por traiciones y borrones. No tengo la culpa de la tercera vez, tengo una pregunta colgada de la oreja. Tengo el espacio donde, con todos y ninguno, quiero encontrarme conmigo incluso si mas nadie me encuentra.
Si el riesgo es morir como una cat lady pues valga asumirlo. Prefiero el lugar honroso de las que tuvieron amores con un Castor o misterios de un pueblo que resignarme a doblarme como una camisa en un cajón. Prefiero la libertad con sus dolores y sus riesgos. Pasar la vida rezándole a la Chinita que no se haga tan tarde y que si se hace aleje cualquier espanto que entrar en la fábrica de sumisión.

Entonces cosa distinta, la violencia que nos rodea nos mancha por dentro. Nos juzgamos duramente. Nos sentimos que traicionamos la biología, para ser libre no se es mujer y si se intenta, se pierde el norte de la falda, el coche y el envejecer acompañada.
Entonces, caminar con las manos, reír con el estomago, tomar la noche libre. La vida es el espacio para la conquista. Con su forma, su reforma o su deformación, vale la pena vivir para afirmar que una está viva.

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