lunes, 6 de mayo de 2013

Conversaciones con Rómulo Henríquez


            Tan pronto anuncié mi decisión de mudarme a Caracas, mi papá me ordenó conocer a los Henríquez. Los Henríquez son unos primos maternos de mi abuelo paterno, amigos hasta ser familia y familia suficiente para seguir siendo amigos por generaciones.
             
 “A las 3.30 en la esquina de la Previsora, por la puerta que da a Sabana Grande, te buscaré en un carro gris con una muchacha –rió- una muchacha de 79 años, mi hermana, Fada.” Esa fue la indicación para el encuentro, que de formalidad impuesta por la sangre se tornó en  un refugio de experiencia y esperanza de Caracas.

            Hoy a casi dos años de aquella fecha me siento para ordenar, sin orden cronológico, las que han sido las clases de historia y de política que me he sentado a recibir en una mesa redonda, lecciones que han sido un privilegio que aspiro conservar y compartir sin tergiversar ninguno de los propósitos que con tan generosa dedicación me han regalado.


1.      Mantener los espacios.
            Una importante cantidad de los encuentros que he mantenido con los Henríquez han iniciado con mis ganas de irme de Caracas, con el cansancio de sentirme un “perro azul” como dice María Dolores, en un mundo de abogados con el traje y el alma gris. Otra, con los cansancios que lleva un pequeño puesto en un edificio alto, por los metros y por lo que allí se hace, y con toda la paciencia de padre, la respuesta ha sido en distintas frases, siempre la misma.

            Cánsate pero después no te vuelvas a sentir comprometida”, “abandona pero  perderán los otros el 1% que puedes cambiar”, “siéntete débil pero hay otros que han llorado por menos”.

            Esas, de todas las frases sonreídas pero cargadas de regaños son las que mejor recuerdo. De lo más cotidiano hasta el principio se fue dibujando esta idea con anécdotas de carros que no andaban y de una resistencia de cuatro personas con un solo fusil.


2.     Mantener los principios
            Con la cara muy seria Rómulo Henríquez pasa de los compañeros que llegados a los espacios se han cambiado los principios y otros, que no han sido capaces o han tenido el interés de cambiar las prácticas que son contrarias a los principios de la ética socialista que guía esta Revolución. Aquello, en definitiva es lo mismo, inmolarse por llegar y mantenerse vale de poco sino se está para hacer un ejercicio en lo micro de nuestras premisas máximas: eficiencia en el manejo de los recursos, respeto de los trabajadores y trabajadoras, transparencia en la utilización de las partidas, y lectura crítica de todas las estructuras y costumbres.

            Aquello que es en definitiva una regla general y que parece seguir el espíritu del Che en su crítica al burocratismo es un asunto que conecto con muchas otras conversaciones que han sido vitales para mí. Entre otras las anécdotas que me contaba Raquel con un nudo en la garganta del final de la libertad en Chile, cuando muchos que llegaron al Estado con Allende lo olvidaron, luego, lo persiguieron y finalmente lo condenaron.

            Mirando desde ese cristal las gentes con las que hemos venido caminando, es decir, los que conmigo hace unos cinco años y un poco más ocupaban las filas de las Juventudes Comunistas y Socialistas del Estado Zulia, causa un poco de estupor, ¿cuántos principios se agotaron cuando un compañero vio caer de su cuello un carnet que garantiza privilegios?, ¿cuánto hemos hecho, los que seguimos en el mismo río, por denunciarlos?, ¿cuántos han aceptado que “eso es lo que hay”?, ¿qué costo tiene eso?

            Muchas veces me lo he preguntado y en especial el tema era un escalofrío cuando trabajé en el Poder Judicial, donde muchos jueces llegaron hablando con un diccionario nuevo para hacer las mismas cosas y dejar bajo el Sol, a gritos, a familiares y víctimas esperando un destino distinto.

            Claro que muchos compañeros en la función judicial hacen el intento de hacer las cosas de manera distinta y de denunciar a los perpetradores de que la justicia siga siendo tan ineficiente como en la IV República pero el sistema donde la coherencia de los principios ha sido poco revisada, cobra impuestos.

            Luego el asunto de la coherencia con los principios logra escasos favores con la revisión de la legislación y la adopción de nuevas leyes. Todas las normas administrativas claman por la eficiencia, la legislación sobre la electricidad promueve un sistema de sanciones sin cuartel a quiénes desatiendan o atenten contra el sector pero el camino de los principios es “alma adentro”.

            Este es el dilema del que hablaba en mi nota anterior ¿cómo se transforma la sociedad del Miss Venezuela y la novela a las ocho en una sociedad crítica y ética? Sobre este asunto tan complejo, Rómulo Henríquez considera que primero cuestión de aceptar que el cambio no ha sido logrado.

            ¿Existen en Venezuela un tanto más de siete millones de socialistas? La respuesta es negativa, más aún, si hace unos meses la pregunta involucraba un millón de socialistas más. Existe, a lo sumo, un colectivo que siente aversión por un modelo ya vivido de libre mercado pero eso no es una conversión ética, personal o profesional instantánea.

            Habría al respecto distintas soluciones y una, si, es normativa. Pero, la eficiencia de las normas para convencer a alguien de un comportamiento es mayor no por el daño con el que se amenaza sino por la sensación que tiene cada uno que esa amenaza puede ser real.

            Es decir, en una sociedad donde exista la Pena de Muerte pero nunca haya sido aplicada ningún criminal cree que de cometer un homicidio será castigado a muerte, y, si la corrupción es penada con treinta años de presidio pero nadie ha sido condenado la gente no siente ningún temor.

            Digamos que en esto, el asunto de respetar los sagrados principios de la Administración Pública puede lograrse de manera coactiva si el control sobre ella es mayor y más estricto, no por la creación de nuevas penas sino por la articulación efectiva de los sujetos encargados de aplicar los procedimientos, y lo mismo, parece valer en materia de delitos económicos. Pues la severidad de las normas de protección al usuario contrasta ruidosamente con la poca práctica de castigo al acaparador, al usurero y al remarcador de precios.

            Pero más allá de esto, el castigo no crea de manera automática ni una ética del funcionariato, ni una del comerciante y la respuesta va más allá del cliché de hablar que el secreto está en la educación. Pues la educación sin duda alguna, en todas las facetas que se hace, la más poderosa arma de ideologización pero la escuela no ha cambiado lo suficiente y mucho menos, lo necesario.

            Dos asuntos entonces: el primero, el deber de cada compañero en su puesto de trabajo de conservar sus principios y detectar –por lo menos y cambiar si es posible - las actuaciones, usos y costumbres, de su entorno que atentan contra nuestros propósitos revolucionarios.

            El segundo es sin duda el verdaderamente complejo, el de los largos plazos pero que han de empezar de manera urgente: trastocar un sistema de valores que se generó en un pueblo sometido a un esquema colonial para promover los valores del socialismo democrático y revolucionario en la población.



3.     Democratizar de los espacios
            Uno de nuestros encuentros, un poco antes que el panorama se tornara gris con la noticia del empeoramiento del Comandante, giró sobre el tema de la democratización. Creo que esta conversación fue para el mes de noviembre.

            Con los resultados en mano del proceso del 7 de octubre, un dato parecía inquietante, la población más joven del padrón electoral parece preferir las candidaturas de la derecha que las de la izquierda  y eso, era un tema que yo traía dentro.

            Con el acceso cada vez mayor a la educación se produce una especie de problema, tenemos más profesionales pero cuando lo vemos desde el empleo la cosa se complica, tendremos quizás, ¿profesionales de más? Recuerdo en esta frase la mirada larga y reflexiva con la que Chávez admitía la ineficiencia del Gobierno en éste tema admitiendo que la Misión Saber y Trabajo pese a tener frutos no ha logrado resolver el problema.

              Si para mí, el dilema estaba allí, en qué hacer con los miles de graduados que vienen a nadar en el mundo laboral cada año para él, la democratización no era tan sólo al graduarse, porque allí yo viendo el capítulo siguiente me agotaba nuevamente en el acceso, y para él, democratizar es mucho más que acceder. En éste punto, su postura fue inflexible, la democratización es una manera de hacer y vivir la igualdad y por ende, es transversal y no se agota en la puerta.

            Las Universidades, decía él, no han cambiado en lo esencial, incluso algunas dependencias son menos democráticas que antes, por eso hay que trabajar en el paso de la cantidad a la calidad.

            El aula, desde la primaria es un espacio de socialización que hemos venido repitiendo un Profesor o Profesora, un maestro o una maestra concentra el poder, el porqué no viene a ser problema de los alumnos y las alumnas que muchas veces lo padecen. Lo colectivo es inexistente, la obediencia es la única forma de convivencia. Eso, lo sabemos, lo recordamos todos y todas, ¿pero es capaz esa escuela, sin transformarse, de apoyar un nuevo modelo social? 

            La postura no política, sino ideológica de los maestros y maestras devela pocos cambios salvo por el esfuerzo generoso de grupos de maestros convencidos de que el cambio es necesario, no podemos afirmar la existencia de una pedagogía para los nuevos ciudadanos y ciudadanas que queremos. Seguimos entonces en un esquema que repetimos sin saber porqué ni a qué precio.

            Son las Universidades la cuna de los movimientos de derecha. Son sus templos y sus portavoces, andan al mismo paso que van las empresas y defienden su protagónico rol de creadoras de empleados y no de inventores o de hacedores de Patria. 

            Pero el problema no se agota allí sino que al parecer se extiende. Las fuentes de trabajo siguen permaneciendo cerradas y entrar, es un proceso del azar más que de la oportunidad y del mérito.

            Sin duda, cuestionar la meritocracia es un acto central de nuestro proceso porque aquella no es más que medir a las personas por lo que alcanzaron sin medir con qué contaron para alcanzarlo, desviando el hecho que como lo decía Allende, los que van a las Universidades olvidan que detrás quedan los anónimos condenados a no estudiar para mantener un modelo productivo y un sistema económico que requiere de mano de obra poco calificada para justificar los escasos, casi inexistentes sueldos.

            Pero eso no justifica que el acceso al trabajo siga sin contar con una estructura pública, privada o mixta, que acoja a los aspirantes y a las aspirantes, para garantizar el acceso y que en la permanencia se respeten todos y cada uno de los derechos laborales.

            Es allí, donde pensando la democratización y nuestra conversación, retomo otro tema que me preocupa, ¿cómo se democratiza sino hemos tomado el necesario habito de la apropiación individual y colectiva de los derechos?

            Estamos en el primer aniversario de la reforma laboral y terminan los lapsos que dio la ley para la transición y sin contar con sondeos, de la gente que me rodea observo una precaria apropiación de los derechos, al punto, que desde los medios y de las patronales han logrado convencer a un sector de los trabajadores que la reforma es contraria a sus intereses.


            Ya este gobierno no nos deja ni trabajar” es una frase que se escucha con cierto eco frente al nuevo horario, obviando que su objeto es garantizar el derecho al descanso de los sectores a los que históricamente se les ha negado.

            Democratizar es entonces educar y participar, un proceso transversalmente necesario para garantizar que la Revolución se mantenga en su formulación primaria: inclusión total para la justicia económica y social.



4.     Cuidar el estilo.
            Fue en ocasión de los incidentes en la Asamblea Nacional que la conversación giró en torno al estilo, al deber de mantener la conciencia que nuestras filas son diversas, tanto o menos, que es diverso el universo que denominamos oposición.         Por ello, para garantizar el dialogo que es nuestra vía para mantener el afecto y los votantes y recuperar los perdidos, el estilo importa. 

            “No es necesario usar en toda ocasión un lenguaje violento ni usar adjetivos descalificativos, ¿no se puede mantener el mismo punto respetando al que señalamos? ¿A quién beneficia que seamos groseros?”

            Cierto que debí asentir a su planteamiento y reconocerme en un momento en que la mezcla de dolor e indignación dificultan esta tarea pero eso es parte del plan que no es nuestro sino contra nosotros. Hablar entonces con la paz, el tono y la palabra que permita multiplican el Plan de la Patria y el mensaje para la liberación.

            En el estilo hay varios aspectos, el del discurso de los líderes, el de los oficios  y comunicaciones de los funcionarios medios y en el del militante de calle, todos, entrelazados, urgentes e imprescindibles.

            Haciendo un vuelo de pájaro en nuestro entorno vemos que la mayoría de las veces la Administración responde pero muchas veces las personas pasaron antes por períodos largos en los que la cordialidad no estuvo siempre presente, y en esto, se debilita la Revolución por el estilo, por la cortesía y por la imagen.

            Es tiempo de cerrar las pequeñas oficinas empolvadas y llenas de cajas y carpetas de manila y trabajar en una imagen mas fresca y cercana del Estado, desprovista de tantos “venga después”, “será mañana”, “pregúntele a otro”.

            Una conjugación de todos los niveles de gobierno en la labor de lograr una vida libre de violencia, en consecuencia, una vida más amigable y en la que se consiguen nuevos amigos, necesarios para el pleno desarrollo del país.

            Porque si es cierto que nuestra meta es darle a los excluidos más espacio se necesitan los ya incluidos que gozan de las herramientas que éstos no tienen para masificar y mejorar la vida de todos, los ya incluidos y los excluidos, y dentro de éste sector, de los ya incluidos no todos son capitalistas salvajes que odian el país.

            Hay quienes vienen de tradiciones o de situaciones de privilegio pero conservan una noción de la injusticia y otros, que buscan desarrollar actividades económicas y sociales necesarias para que Venezuela alcance un mejor nivel productivo y una mejor convivencia social, son éstos, los votos que perdemos con los problemas de estilo, cortesía e imagen. 

            Y en realidad llevando esto a un análisis más profundo vemos que no sólo son los votos lo que se pierden, se pierden sus talentos que luego son comprados a precios de mayorista por las potencias extranjeras que miran con apetencia jóvenes talentos extranjeros que van a trabajarle por menos que los nacionales y que no les costó un solo euro formar.

            ¿Cuántos médicos han migrado al Norte y son en realidad personas que quisieran vivir en el país?, ¿cuántas veces no hemos hablado con personas que son en todos sus valores nuestras pero que votan por el enemigo o viven con las maletas en la cabeza?

            Recuerdo en ese tema la nota que salió en los días de las elecciones, una mujer que confesaba haber sido escuálida porque jamás había escuchado a Chávez sujetándose de frases inventadas –o descontextualizadas- por los medios y sus actores políticos.

            Sufriendo ahora el máxime dolor de haber perdido a Chávez, el tiempo es de aprender a llevar su sueño pese a su ausencia física y en ello, el mejor nosotros exige la revisión y la coherencia. El saber tomar la médula de Chávez, aquél hombre que por valiente recuperó la Patria y supo asumir errores para transformarlos en victorias.



5.     Cuidar los afectos
            Termino mi lista, sin saber si estas conversaciones que sé se seguirán dando, originarán otros escritos por esta que es una norma no discutida que ha reinado en cada momento. Como aquel llamado desde el Che hasta Chávez, que el socialismo es amor y que el motor de la Revolución es la empatía, entiendo de toda esta experiencia un llamado hacia un amor que concilia con puntos dolorosos y que acompaña en todo momento.

             Aquello creo que es el punto donde esta última conversación se hace importante, pues se convierte en el fin de mi distanciamiento con todos los que amo que no creen en esto, porque pese al tiempo que pueda pasar, con todo y considerando que algunos y algunas le exigen al chavismo cosas más allá de lo real, mi camino sigue siendo el mismo transitar con la bandera de tantos que hoy resumo en Chávez para alcanzar el mejor tiempo que éste país haya podido conocer.

Viviremos en tu ejemplo y venceremos en tu nombre, amado Comandante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario