Es raro que yo no sepa por donde comenzar. Tan sólo me mueve
a escribir este estado general de paralización. Todo el día se ha convertido en
una elipse de imágenes y recuerdos. Me juego el qué hacer como quien deshoja
una flor y te prometo que si no he corrido a tu lado es porque tengo la
esperanza de que no te irás esta vez.
Quiero quedarme entonces aquí, en este espacio donde nadie mira, donde
caen desconsoladas e indetenible cientos de perfectas lágrimas. Donde escucho
tu voz antes de que el 2011 te lanzara a esa cama. Esa voz tan decida que supo
convertirse de mi abuela estricta a una gran amiga. Sabes bien que soy en
cierto modo una mujer de ciencias, a mis casi treinta conozco las estadísticas y
los pronósticos pero miro en el recuerdo insistentemente el cuadro del Corazón
de Jesús sobre tu cama, las estampitas de Santa Teresa de Lisieux, tus manos
entrelazadas en rosario, así te agarro esperando que te aferres a quedarte. No
niego el egoísmo que tiene este empeño, desde hace tanto querrás irte con mi
abuelo, ahora con Rebeca, recuerdo como se perdían tus ojos en imágenes cuando
hablaban de tu mamá, de tu hermanita que partió tan pronto. Sé que tu amado
Roberto, tu hermanito, te espera también pero yo, me veo sentada en este sitio.
En un lugar cualquiera, como aquel en donde estaba cuando Luis Alfonso Bueno
dijo que yo tenía tu mirada y recuerdo como me contabas de los tiempos de la
vida. Como te molestaba que yo siguiera estudiando y no “sentara cabeza”. ¡Ay
abuela! Sigo siendo la misma indigna de tus manicuras pero el resto de los
asuntos los he intentado. Incluso esta semana comí avena ¡nunca aprendí a comer
avena, ni agua de coco, ni chivo ni ninguna de esas cosas de Coro! Pero nunca
he olvidado un día que pese a lo distintas que hemos sido siempre te he adorado
desde la infancia. ¡Nunca he podido contar la falta que me hace escucharte por
lo menos una vez a la semana, para que pelees conmigo, porque para tí siempre
me han gustado las cosas raras en las que cree mi papá! ¡Nunca te he confesado
que me enseñaste a creer en el amor, ese que se jura y se cumple, pese a todo!
¡Nunca te he confesado que repaso meticulosamente lo que uso para trabajar
pensando en ti! ¡Nunca pude decirte que he paseado por el Silencio al que
venías a ver a las primas, cuando ibas a los Teques! Ni que no necesito fotos
para ubicarte como fuiste en cada una de las etapas de tu vida. ¡No imaginas
nunca lo sola que es esta noche y que sé que me regañas por esta manía mía de
andar viajando para estudiar y trabajar pero hubo un día abuela, cuando abrían
el Salón Pedro Luís Bracho Navarrete en el colegio de abogados, en el que me
dijiste que mi abuelo seguro disfrutaría estos cuentos! Yo no quiero, levantar
un rezo para que te quedes, ni quiero darte mi bendición para que te vayas. Yo
iré mañana a la Iglesia y pondré una vela por lo que Dios y tú, mi amada
abuela, quieran. Yo sólo quiero que sepas que yo te he amado con el alma que yo
te amaré aunque pases y luego, todo sea normal. Yo sólo quiero que sepas que
aunque yo sea pr siempre de las nietas la más rara, de volver a nacer, te
volvería a escoger.
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