miércoles, 4 de junio de 2014

Carta a un ladrón



Pueda que a alguien sorprenda, en especial a mí misma, al encontrarme escribiéndole una “carta” a un ladrón. La verdad, tras darle vueltas incansablemente a las escenas, tras preguntarme porque obedecí antes de ver si había alguna posibilidad de huir o si realmente esos dos hombres, pegados cada uno a un lado de mi carro eran una amenaza, me salí del esquema reptil de ganas de venganza.


La verdad la situación me resultó en lo particular y en lo general irónica. Recordé las cientos de horas que he pasado subrayando en una hoja la afirmación de los derechos de los enjuiciados. Recordé mi enérgica aversión por la práctica de la ejecución extrajudicial y la justificación, como legítima defensa, a causar muerte para defender la propiedad. Así las cosas, al borde de la madrugada me salí de lo particular y entré a lo general pero profundamente irónico que era ese acto.


Un par de minutos más me hubiesen bastado para decirle al compañero que robándome se escupía en la cara. Miembros de una misma clase social, hijos de una misma realidad, su ataque era contra alguien que oprimía el mismo sistema que lo hacía arriesgar su vida a cambio de un objeto sin valor que se vendía carísimo y que a él le pagarían con una miseria.


Me imaginé, con dotes de Mafalda diciéndole “¿pero tú no has visto que el que te roba a ti cada día es el mismo que me roba a mí o es que tú no sabes, que el daño que me haces hoy es como diez veces mayor porque a alguien se le antojó que todos los bienes aumentaran varias veces su precio?” me senté a imaginar, para omitir el desapego, qué significaba todo aquello. 


Aquel objeto era varias cosas a la vez, para mí era mi principal herramienta de trabajo, para él, un objeto de lujo que podría convertirse en un buen botín. Para muchos, un cuadrito de metal, plástico y vidrio que tenía la capacidad de pasar de costar cien dólares hasta alcanzar los veintitantos miles de bolívares.


¿Cómo no relacionar aquello con el clarificador discurso del compañero Mujica? Vivimos en una sociedad que nos cambia objetos por dinero, omitiendo que el dinero es el tiempo de nuestra vida que gastamos en hacerlo.


En ese juego, los ladrones creen que son más vivos. Viven en la ilusión que, lo que a los mortales proletarios le cuesta meses o años lograr pueden obtenerlo con simplemente pedirlos, ayudados por las armas o la amenaza. ¿Pero es esto así? ¿cuál es la suerte de esos individuos sino otra que acercarse con mayor velocidad a la muerte? La muerte que es el agotarse físicamente por un disparo o una golpiza, o, ir a los espacios sin ley que llamamos centros de cumplimiento de la pena.


Seguí en mi monologo a la larga y luego quise retomar mi discurso hacia aquél hombre. Preguntarle que si ya yo no tenía suficiente cara de víctima. Víctima de la señora que me sube cada semana el precio del café, de la señora que me cobra más de un sueldo mínimo por un espacio donde poner las cosas y como cosa ponerme por las noches. Víctima del que me cobra medio sueldo mínimo por dejarme meter en un espacio, que de seguro no es de él, mi carro un rato por las noches para intentar que no me roben otros como él, o él mismo…


Entonces a la larga, es fácil ver que pasar del drama a la carcajada no es tan complicado. Ellos dos, cada uno parado al lado de mi carro eran de la cadena de ladrones los más vilipendiados y me habían lanzado a caer al circo de los otros ladrones, los que me aplicarían esa inusitada regla del comercio en Venezuela, donde tecnología que se envejece es tecnología que se encarece.


Pero no vale agotarse allí, es un tema recurrente para los camaradas interrogarnos sobre el tema de la delincuencia: las teorías sociales del hecho delictivo resultando insuficientes para explicar el fenómeno tenemos que buscar nuevas ideas. 


Porque es cierto que tenemos una mejoría social considerable que no se ha traducido en una disminución suficiente de las prácticas delincuenciales, quizás, porque la delincuencia crece como crece la sociedad del consumo. A cada día, un producto nuevo y cada producto nuevo, una nueva necesidad… ¿y allí, un nuevo delito?


Esto no es descabellado pero tampoco es inusual que se estudie la violencia, de la cual la delincuencia forma parte, como una especie de reacción frenética que produce un sistema que muere. Así se ha hablado que la violencia de género tiene una tendencia a la alta en los países que progresan en la igualdad, ¿puede la delincuencia en general, responder a esta misma lógica?


Sin duda alguna, lo pasado quedó hecho y quizás nada de esto cambie al que me robó ni a sus colegas pero lo dejó como intento de no dejar la violencia de otros convertirse en mi violencia.

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