Pueda que a alguien sorprenda, en especial a
mí misma, al encontrarme escribiéndole una “carta” a un ladrón. La verdad, tras
darle vueltas incansablemente a las escenas, tras preguntarme porque obedecí
antes de ver si había alguna posibilidad de huir o si realmente esos dos
hombres, pegados cada uno a un lado de mi carro eran una amenaza, me salí del esquema
reptil de ganas de venganza.
La verdad la situación me resultó en lo
particular y en lo general irónica. Recordé las cientos de horas que he pasado
subrayando en una hoja la afirmación de los derechos de los enjuiciados.
Recordé mi enérgica aversión por la práctica de la ejecución extrajudicial y la
justificación, como legítima defensa, a causar muerte para defender la
propiedad. Así las cosas, al borde de la madrugada me salí de lo particular y
entré a lo general pero profundamente irónico que era ese acto.
Un par de minutos más me hubiesen bastado
para decirle al compañero que robándome se escupía en la cara. Miembros de una
misma clase social, hijos de una misma realidad, su ataque era contra alguien
que oprimía el mismo sistema que lo hacía arriesgar su vida a cambio de un
objeto sin valor que se vendía carísimo y que a él le pagarían con una miseria.
Me imaginé, con dotes de Mafalda diciéndole “¿pero tú no has visto que el que te roba a ti
cada día es el mismo que me roba a mí o es que tú no sabes, que el daño que me
haces hoy es como diez veces mayor porque a alguien se le antojó que todos los
bienes aumentaran varias veces su precio?” me senté a imaginar, para omitir
el desapego, qué significaba todo aquello.
Aquel objeto era varias cosas a la vez, para
mí era mi principal herramienta de trabajo, para él, un objeto de lujo que
podría convertirse en un buen botín. Para muchos, un cuadrito de metal,
plástico y vidrio que tenía la capacidad de pasar de costar cien dólares hasta
alcanzar los veintitantos miles de bolívares.
¿Cómo no relacionar aquello con el
clarificador discurso del compañero Mujica? Vivimos en una sociedad que nos
cambia objetos por dinero, omitiendo que el dinero es el tiempo de nuestra vida
que gastamos en hacerlo.
En ese juego, los ladrones creen que son más
vivos. Viven en la ilusión que, lo que a los mortales proletarios le cuesta
meses o años lograr pueden obtenerlo con simplemente pedirlos, ayudados por las
armas o la amenaza. ¿Pero es esto así? ¿cuál es la suerte de esos individuos
sino otra que acercarse con mayor velocidad a la muerte? La muerte que es el
agotarse físicamente por un disparo o una golpiza, o, ir a los espacios sin ley
que llamamos centros de cumplimiento de la pena.
Seguí en mi monologo a la larga y luego quise
retomar mi discurso hacia aquél hombre. Preguntarle que si ya yo no tenía
suficiente cara de víctima. Víctima de la señora que me sube cada semana el
precio del café, de la señora que me cobra más de un sueldo mínimo por un
espacio donde poner las cosas y como cosa ponerme por las noches. Víctima del
que me cobra medio sueldo mínimo por dejarme meter en un espacio, que de seguro
no es de él, mi carro un rato por las noches para intentar que no me roben
otros como él, o él mismo…
Entonces a la larga, es fácil ver que pasar
del drama a la carcajada no es tan complicado. Ellos dos, cada uno parado al
lado de mi carro eran de la cadena de ladrones los más vilipendiados y me
habían lanzado a caer al circo de los otros ladrones, los que me aplicarían esa
inusitada regla del comercio en Venezuela, donde tecnología que se envejece es tecnología
que se encarece.
Pero no vale agotarse allí, es un tema
recurrente para los camaradas interrogarnos sobre el tema de la delincuencia:
las teorías sociales del hecho delictivo resultando insuficientes para explicar
el fenómeno tenemos que buscar nuevas ideas.
Porque es cierto que tenemos una mejoría
social considerable que no se ha traducido en una disminución suficiente de las
prácticas delincuenciales, quizás, porque la delincuencia crece como crece la
sociedad del consumo. A cada día, un producto nuevo y cada producto nuevo, una
nueva necesidad… ¿y allí, un nuevo delito?
Esto no es descabellado pero tampoco es
inusual que se estudie la violencia, de la cual la delincuencia forma parte,
como una especie de reacción frenética que produce un sistema que muere. Así se
ha hablado que la violencia de género tiene una tendencia a la alta en los
países que progresan en la igualdad, ¿puede la delincuencia en general, responder
a esta misma lógica?
Sin duda alguna, lo pasado quedó hecho y
quizás nada de esto cambie al que me robó ni a sus colegas pero lo dejó como
intento de no dejar la violencia de otros convertirse en mi violencia.
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