Con un poco de fobia de realidades y sus escenarios imaginarios, regreso al mundo donde empecé a escribir, el bloggeo. Con la muy seria intención de hablar de cosas que catalogamos de irrelevantes o de las que sencillamente no se habla. Este espacio, abierto a quien lo lea, lleva el sello de lo que no se publica seriamente y donde no soy jurista, ni poeta, ni ná. Sólo una bitácora de intentos por no abandonar, por no enloquecer y allí empieza esta página en el reencuentro con los viejos lectores y el saludo a los nuevos.
Como la mini bio de mi twitter, creo que soy una "maracucha coriana de madre panameña que vive en Caracas. Abogada de profesión y escritora de oficio.", es decir una comedora de queso de cabra que ama la salsa, se pasea en la nostalgia por el París que ya no existe, evoca la infancia en un jardín verde de libertades profundas y que el tiempo de escribir lo pierde entre el metro y la cola.
Creo que formo parte de un grupo de desplazados en sentido estricto y exiliados en su definición sentimental de zulianos que andamos intentando creer en la revolución y hacer algo por ella, pero que nos encontramos con la soga muy corta para seguir en un Maracaibo que se está hundiendo, y por eso huimos a Caracas, donde el recuerdo y la soledad nos persiguen, por lo que volvemos en los hechos y en los latidos siempre a casa, a la Calle Carabobo, con la sonrisa de Daniel, con la voz de Yolanda, mientras que vivimos nuestro propio exilio donde hacemos lo posible por no convertirnos en caraqueños, y no morirnos de tristeza.
De la hermosura de la lectura de las ideas y del recorrido por las pancartas comunidad adentro, me encuentro en la encrucijada de las estructuras del gobierno, donde parece que andamos por luchar por el burocratismo a la vez que la estructura sobrevive y pesa, y donde nos airean las palabras de un Aristóbulo, o de un Fernando Soto Rojas y gritamos y lloramos cada vez que a Chávez le duele algo.
Por eso, de lo que no se habla se abre para lo cotidiano, de esa vida en la que se centran los que se pretenden apolíticos pero sin negar los nortes que justifican esta aventura, al mundo de la real politique y de la vida que le toca a tantos cientos de camaradas y de adversarios. Eso que lleva a la certeza que los conciertos mejoran la calidad de vida en un sitio no apto para sobrevivir, y que regresa al párrafo anterior, la nostalgia de Maracaibo que explica esa idea simplista de que Patria son cuatro calles con sus viejos y niños.
Superados éstos temas de los que si se habla, caemos en eso que le echamos tierra, demasiado irrelevante para ser publicado en la prensa, demasiado doloroso y demasiado rutinario para ser contado: la vida que intenta no morir dentro de la rutina y el espacio donde a los veintitantos intentamos jugar ya con los príncipes desteñidos, las promesas de matrimonio rechazadas y sobreviviendo al acoso laboral de los colegas, y las invocaciones a dejar lo subjetivo y migrar a lo material.
Pues admitamoslo, esta no es la vida que pensamos que tendríamos: no hay coches en la casa, ni casas donde vivir, ni esposos que hagan la cena, ni novios que abran la puerta. Hay soledad, hay cola, hay una permanente lucha del tiempo contra el cansancio, y mucho ruido, ruido a lo Sabina: de abogados, de carros, de fiscales, de políticos, y pocos días para volver a la calma.
Esa es la bitácora que les abro, libre de pretensiones y con licencia para cometer algunos excesos, para mezclar lo escrito con el garabato, para escribirse al filo de la pantalla de la oficina y en la cola camino a casa, sobre post-its en la cola del banco. Esta es la no tan poética, ni tan perfecta, ni tan ejemplar, vida que callo.
Como la mini bio de mi twitter, creo que soy una "maracucha coriana de madre panameña que vive en Caracas. Abogada de profesión y escritora de oficio.", es decir una comedora de queso de cabra que ama la salsa, se pasea en la nostalgia por el París que ya no existe, evoca la infancia en un jardín verde de libertades profundas y que el tiempo de escribir lo pierde entre el metro y la cola.
Creo que formo parte de un grupo de desplazados en sentido estricto y exiliados en su definición sentimental de zulianos que andamos intentando creer en la revolución y hacer algo por ella, pero que nos encontramos con la soga muy corta para seguir en un Maracaibo que se está hundiendo, y por eso huimos a Caracas, donde el recuerdo y la soledad nos persiguen, por lo que volvemos en los hechos y en los latidos siempre a casa, a la Calle Carabobo, con la sonrisa de Daniel, con la voz de Yolanda, mientras que vivimos nuestro propio exilio donde hacemos lo posible por no convertirnos en caraqueños, y no morirnos de tristeza.
De la hermosura de la lectura de las ideas y del recorrido por las pancartas comunidad adentro, me encuentro en la encrucijada de las estructuras del gobierno, donde parece que andamos por luchar por el burocratismo a la vez que la estructura sobrevive y pesa, y donde nos airean las palabras de un Aristóbulo, o de un Fernando Soto Rojas y gritamos y lloramos cada vez que a Chávez le duele algo.
Por eso, de lo que no se habla se abre para lo cotidiano, de esa vida en la que se centran los que se pretenden apolíticos pero sin negar los nortes que justifican esta aventura, al mundo de la real politique y de la vida que le toca a tantos cientos de camaradas y de adversarios. Eso que lleva a la certeza que los conciertos mejoran la calidad de vida en un sitio no apto para sobrevivir, y que regresa al párrafo anterior, la nostalgia de Maracaibo que explica esa idea simplista de que Patria son cuatro calles con sus viejos y niños.
Superados éstos temas de los que si se habla, caemos en eso que le echamos tierra, demasiado irrelevante para ser publicado en la prensa, demasiado doloroso y demasiado rutinario para ser contado: la vida que intenta no morir dentro de la rutina y el espacio donde a los veintitantos intentamos jugar ya con los príncipes desteñidos, las promesas de matrimonio rechazadas y sobreviviendo al acoso laboral de los colegas, y las invocaciones a dejar lo subjetivo y migrar a lo material.
Pues admitamoslo, esta no es la vida que pensamos que tendríamos: no hay coches en la casa, ni casas donde vivir, ni esposos que hagan la cena, ni novios que abran la puerta. Hay soledad, hay cola, hay una permanente lucha del tiempo contra el cansancio, y mucho ruido, ruido a lo Sabina: de abogados, de carros, de fiscales, de políticos, y pocos días para volver a la calma.
Esa es la bitácora que les abro, libre de pretensiones y con licencia para cometer algunos excesos, para mezclar lo escrito con el garabato, para escribirse al filo de la pantalla de la oficina y en la cola camino a casa, sobre post-its en la cola del banco. Esta es la no tan poética, ni tan perfecta, ni tan ejemplar, vida que callo.
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