martes, 11 de diciembre de 2012

lluvias, mujeres obreras y relaciones tradicionales.

Desde hace unos días, he pensado insistentemente en la vida en pareja, su forma de gobierno y sí se trata de una forma de supervivencia.
Casi todas las mujeres que me rodean son divorciadas, unas de derecho, otras de hecho. Entre las últimas hay dos grupos: las casadas separadas y las separadas de un concubinato que preservando el estado de solteras, han vuelto a estar solas.

Creo que en esto, una se encuentra en el eclipse de la teoría, en la dictadura de las realidades y ante el deber de decidir lo que no quiere decidir, ¿es la vida individual la única garantía -o por lo menos esperanza- de una realización profesional?, ¿es suficiente el llenado temporal de carencias?, ¿cuándo acaba el intentar seguir intentandolo?, ¿somos realmente capaces de sincerarnos?

Es el ámbito de lo sexual y de sus accesorios uno de los temas que me resultan mas llenos de lagunas, de oscuridades de lo no admitido, ¿tenemos la gana de calarnos sus fantasias?, ¿cómo reaccionamos en el siglo XXI ante la pornografía?, ¿porqué callamos con ellos y con todos, nuestros propios descontentos?

Hace varios meses, entendí, que Caracas es difícil sin pareja, y unos cuantos meses después que es tóxica para las parejas, ¿hasta donde se le puede dejar el mando a la rutina?, ¿hasta donde obviamos que Caracas es una ciudad para hombres? Tras vivir en tres ciudades y conocer algunas más, jamás vi una tan estructuralmente misogena. Pues sí en Marruecos ela sociedad se basa en excluir a las mujeres, esta se basa en encasillarlas para exigir acrobacias dignas de un estudio sociológico. En Caracas existen marcos de violencia simbólica que antes jamás vi, inspirados en el Miss Venezuela y otras pendejadas, y una escalofriante tolerancia al mobbing.

En Caracas me han intentado convencer en permanencia de procedimientos maravillosos que me harán alta, esbelta y morena e intentado acomplejar por ser blanca, pequeña y gruesa.  Mientras esto transcurre, a modo de continente, las mujeres a modo de contenido viven en una lucha darwiniana y son escasísimos las pruebas de sororidad.


En cierto modo, la vida de hombres y mujeres en Caracas aparece tan fraccionada como la vida en los países árabes aunque en lo más visible parezca mezclarse felizmente y casi en igualdad de condiciones. Basta con caer en uno de esos detestables domingos de familias, para ver el espacio dividirse, las mujeres en salas y cocinas, los hombres en bares y terrazas. Los niños constituyen una especie de pasillo imaginario que se mantiene más cercano a las mujeres que los hombres, y en el cotidiano, casi sin decirlo, las mujeres parecen entender que no necesitan hombres para vivir, y que por el contrario, éstos las entorpecen.


Para sobrevivir, sin perder lo biologico o lo afectivo, las mujeres que me rodean, parecen tener un patrón de buscarse hombres jóvenes, casi, el marco en el que los hombres salen de caza en la oficina. Entonces viejas buscan jóvenes, mientras viejos buscan jóvenes. Una total encrucijada y una locura de relaciones intergeneracionales: las mujeres y hombres buscan energía en sus parejas y la capacidad de dominarles, y esto se da en relaciones destinadas a fracasar.


Parece entonces que las búsquedas de relaciones mas normales son meros espejismos, destinados a someterse a un reloj de arena que apuran las colas y las consecuencias de pasados y esperanzas de futuros, para preservarse entonces en ese espacio privilegiado de la ilusión de haberlo logrado, las mujeres se obsesionan con el matrimonio y a cambio, prometen conjurar todo para regalarle a la pareja una juventud eterna y completamente inexistente.


Era el martes en la mañana en el centro de éstos temas, cuando esperaba salir a la oficina y miraba por el balcón, apenas se abría la mañana y la lluvia andaba dando saltos por todos lados y un puñado de mujeres llegaba con sus cascos a la construcción de enfrente...


Al tiempo que hemos reconocido que no necesitamos de ellos como nuestras abuelas, sería tiempo de sincerarnos para qué les necesitamos y para que nos necesita, e intentar no caer en recordar como lo contaba Galeano, que la hermana de Thomas Edison fue más brillante que él, pero por ser mujer, la sociedad le robó el tiempo desgastandola en lo doméstico y condenandola al olvido.

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