En la
sociedad del privilegio sino existen los derechos tampoco existen los castigos.
En tal sentido, tan inútiles son las garantías de los derechos que se consagran
en la Constitución como, los Códigos Penales que se erigen la República. Porque
entre estos y la vigencia, no median los principios de oportunidad o la
comisión del delito, o la disponibilidad presupuestaria que permita avanzar,
sino un sistema de relaciones personales de corte feudal.
Pensaba en
esto desde la preocupación. Pues la estructura del Estado que, se pretende de Estado
democrático y social de Derecho y de Justicia choca con una relación que, en la
lógica de las relaciones de vasallos se estructura a través de pactos entre
señores feudales con los reyes, y una cadena que va hasta las servidumbres
domésticas. Esta sociedad sigue viva en una Venezuela donde la riqueza se hizo
bajo el manto de la protección de la dictadura y permaneció sin mayor
dificultad en la democracia partidista.
Entonces,
esa sociedad tiene una categoría grandísima de delitos blancos. Para afirmarlo
me apropió de una clasificación que sobre la corrupción expuso de Arnold
Heidenheimer, pues la verdad hay renglones que, estando previstos en la ley son
considerados socialmente como una
categoría que va desde lo normal hasta el deber ser.
Con estos
delitos blancos me refiero a la existencia, administración, comercialización
con monedas distintas a las de curso legal en la República toda vez que existe
un control cambiario. Parece, al respecto, que la sociedad ubica que esto no es
tan sólo una conducta irrelevante para el derecho penal sino que legítima su
existencia y promueve su práctica. Ante esta situación, ruge la afirmada
supremacía del Estado que se ve permeada por ese orden pseudo-feudal que
arrastramos desde la Colonia, donde tan sólo quien besa la mano tiene derechos
y que para ser perdonados, el beso de mano, basta.
Si a escala
estructural vemos que en el derecho moderno el beso de mano existe como perdón
toda vez que se conserva la figura del indulto, en la realidad venezolana creo
que esto es una situación más expandida pues cubre toda una categoría de
funcionarios intermedios que juegan al señor feudal.
Dando
vueltas con estas ideas caía en su mejor descripción folklórica, la de Alí
Primera, “el comisario en la costa manda más que un general” y así vamos
descubriendo un tejido de amorfas formas que frenan un proceso de liberación
porque existen, en toda la sociedad y en cada quien, como un juego de luces y
sombras.
Como sombras,
todas las zonas donde no llevamos las luces del Bolívar que proclamaba la moral,
y esa contadictoria vocación de “liberar al pueblo a la Miseria y hacernos ricos”,
“hacer la Revolución como Rosa de Luxemburgo manteniendo el porte de Miss”…
Como
sombras, todos los periodos de nuestra historia que van entre todas nuestras
luces y el silencio que hace eco de estas preocupaciones…
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