Nuestra
sociedad fue primero politeísta, habitada y dibujada por mitos y leyendas de
cómo la tierra fungía como madre generosa que además de hacernos nos cuidaba. Luego,
fuimos violentamente convertidos al catolicismo y pasamos a esta sociedad de
privilegios que algunos entienden capitalista aun cuando es en tantos temas
feudalista.
Pero ahora
pongamos que mi propósito no es ser históricamente exacta sino apuntar algunas
cosas muy presentes, tales como la persistencia de mitos y leyendas, que
piensan que todos los indígenas entregaron la tierra, que todos los blancos
criollos estaban con la Independencia y que sólo habían un par de locos, un
poco raros, que se opusieron al Poder central que se instauró en 1830. Pues he
aquí una cuidadosa colección de mentiras, pues, aún hoy hay quienes piensan la
Independencia como una desgracia y quiénes exigen al Estado Nacional sus
tierras como lo hicieron ante la Corona.
Esta
simplificación que omite por ejemplo que el siglo XX, en esos cuarenta últimos
años fueron años de diferencias y persecución de la diferencia, revueltas
militares y represión militar –si, ambos al mismo tiempo- es la misma que
ilumina las mentes que piensan que no existen en Venezuela maneras distintas de
entender el problema –o los problemas- sino que algunos son buenos y otros
malos, punto y fin.
Por dicha
causa muchas veces una se encuentra enjaulada en la primera fase de la
construcción mítica: los chavistas no han estudiado, no son blancos, no tienen
diferencias con las medidas del gobierno. Aceptan el todo por el todo en un
movimiento más automático que reflexivo.
¡Vaya que
sería hermoso que estas personas vieran calentarse el debate cuando se habla de
carbón o de ecología, de toma del poder o de continuar en él! ¡Vaya que sería
bonito que la gente entendiera que no tenemos cortezas que impiden que nos
toquen las balas, que también hemos sido robados o hemos perdido gente querida,
que vamos a la misma cola del pan o nos siguen cobrando al triple cualquier
baratija!
Nuestras
diferencias no están allí. Por lo menos, aquí, permítanme que hable como si
representase más gente que a mí misma.
Las
diferencias están en la naturaleza de las respuestas que ante los problemas se
intentan desde cada lado de la acera. Frente a la reducción de la estabilidad
del trabajo, la disminución de los salarios, el uso de la policía como arma
represiva, la entrega de materias soberanas –como las de seguridad nacional-
nos oponemos a la intervención, lo que ha llevado a posturas modeladas bajo el
criterio robinsoneano, de inventamos o erramos.
La verdad es
que el hoy no es tampoco una especie de cosa que se dio en el horizonte
producto único de la casualidad o peor, de la maldad. La sociedad en la que
vivimos tiene un antes y un después. Porque por ejemplo si vemos el siglo XIX
para la Cosiata también se vivió el juego de desaparecer y encarecer los víveres,
en el siglo XX también precedió varias crisis y en la geografía mundial, donde
la empresa se trasnacionalizó se ve como práctica frecuente para sacar del
juego “a los otros incómodos”.
Este juego
es difícil para todos y lo vivimos todos, los que generaciones atrás
abandonamos el conuco por la vida en el sector terciario de la economía. Ahora
bien, ¿contra quién es el juego?, ¿contra el pueblo o el gobierno? Pongamos que
fuese un juego contra el gobierno pues al caer éste se acabaría el problema,
volverían como en Chile en el 73 los bienes a los automercados pero allí es
donde el juego es contra el pueblo pues sus nuevos precios o las nuevas
condiciones los harían en permanencia invisibles en la mesa de los obreros.
Este, por
ejemplo es un cambio en el país porque difícil como resulte la comida se compra
en bolívares y regulada y de esto dan prueba los indicadores de la FAO y basta
con el sencillo ejercicio de mirar fotos para ver la mutación de un pueblo
desnutrido a uno que incluso tiene sobrepeso.
Con respecto
a la inseguridad siempre recuerdo la primera frase que le escuché a Ignacio
Ramonet en París sobre Venezuela “en 1980 y algo me enviaron como corresponsal
de Le Monde Diplomatique a ver la explosión delincuencial en Caracas, pues ya
la ciudad rompía los estándares internacionales.
De nuevo, el
problema existe, lo vivimos a diario. Par de veces he visto pistolas, par de
amigos he perdido por causas absurdas. Sin embargo, el delito no es un hecho
que se produzca solo y de la nada. Cuando lo hace así, suele ser inducido y
esto tampoco tiene nada de nuevo.
Pero no
quiero entrar a un planteamiento largo, tedioso o sospechoso de la teoría de la
conspiración sino en la diferencia en materia de soluciones pues, si algo niego
rotundamente es la limpieza social, la pena de muerte o la justificación de la
tortura. En Venezuela al respecto, de hecho, existen anécdotas que podrían ser
revisadas por quienes les interese el tema.
¿Quiénes
somos? ¿qué nos ha hecho? ¿por qué les han pintado el mito que venimos a comer
niños, a matar mujeres, a acabar trabajos? ¿Por qué me miran con los ojos
aguados quienes consideran que mi trabajo sería mejor para otras causas o los
que sentados con mi anunciada no renuncia a la esperanza me tildan de inocente
de la política?
¿Por qué me
tengo que sentar a explicar que somos unos tantos miles que no hacemos otra
cosa que dar lo que somos para que otros, que quizás ni nos conocen puedan
vivir mejor, sin escapar del Nuremberg de los prejuicios que se agotan en
calcular lo que yo he de pensar por haber votado todas las veces por Hugo
Chávez?
¿Por qué son
otros los que se muerden la lengua, los que les da carraspera, el ver que en
ambas aceras existen seres completamente naturales con aspiraciones y defectos,
intentando vivir su vida y pensar lo que piensan?
¿O es que
nuestra pequeña economía de puerto, nuestro oro negro, nuestra incultura histórica,
nuestro odio transmitido de generación en generación no ha sido punteado por
convenientes mitos que le convienen a otros que no somos ni ustedes, ni
nosotros?
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