martes, 14 de enero de 2014

El mito



Nuestra sociedad fue primero politeísta, habitada y dibujada por mitos y leyendas de cómo la tierra fungía como madre generosa que además de hacernos nos cuidaba. Luego, fuimos violentamente convertidos al catolicismo y pasamos a esta sociedad de privilegios que algunos entienden capitalista aun cuando es en tantos temas feudalista.

Pero ahora pongamos que mi propósito no es ser históricamente exacta sino apuntar algunas cosas muy presentes, tales como la persistencia de mitos y leyendas, que piensan que todos los indígenas entregaron la tierra, que todos los blancos criollos estaban con la Independencia y que sólo habían un par de locos, un poco raros, que se opusieron al Poder central que se instauró en 1830. Pues he aquí una cuidadosa colección de mentiras, pues, aún hoy hay quienes piensan la Independencia como una desgracia y quiénes exigen al Estado Nacional sus tierras como lo hicieron ante la Corona.

Esta simplificación que omite por ejemplo que el siglo XX, en esos cuarenta últimos años fueron años de diferencias y persecución de la diferencia, revueltas militares y represión militar –si, ambos al mismo tiempo- es la misma que ilumina las mentes que piensan que no existen en Venezuela maneras distintas de entender el problema –o los problemas- sino que algunos son buenos y otros malos, punto y fin.

Por dicha causa muchas veces una se encuentra enjaulada en la primera fase de la construcción mítica: los chavistas no han estudiado, no son blancos, no tienen diferencias con las medidas del gobierno. Aceptan el todo por el todo en un movimiento más automático que reflexivo.

¡Vaya que sería hermoso que estas personas vieran calentarse el debate cuando se habla de carbón o de ecología, de toma del poder o de continuar en él! ¡Vaya que sería bonito que la gente entendiera que no tenemos cortezas que impiden que nos toquen las balas, que también hemos sido robados o hemos perdido gente querida, que vamos a la misma cola del pan o nos siguen cobrando al triple cualquier baratija!

Nuestras diferencias no están allí. Por lo menos, aquí, permítanme que hable como si representase más gente que a mí misma.

Las diferencias están en la naturaleza de las respuestas que ante los problemas se intentan desde cada lado de la acera. Frente a la reducción de la estabilidad del trabajo, la disminución de los salarios, el uso de la policía como arma represiva, la entrega de materias soberanas –como las de seguridad nacional- nos oponemos a la intervención, lo que ha llevado a posturas modeladas bajo el criterio robinsoneano, de inventamos o erramos.

La verdad es que el hoy no es tampoco una especie de cosa que se dio en el horizonte producto único de la casualidad o peor, de la maldad. La sociedad en la que vivimos tiene un antes y un después. Porque por ejemplo si vemos el siglo XIX para la Cosiata también se vivió el juego de desaparecer y encarecer los víveres, en el siglo XX también precedió varias crisis y en la geografía mundial, donde la empresa se trasnacionalizó se ve como práctica frecuente para sacar del juego “a los otros incómodos”.

Este juego es difícil para todos y lo vivimos todos, los que generaciones atrás abandonamos el conuco por la vida en el sector terciario de la economía. Ahora bien, ¿contra quién es el juego?, ¿contra el pueblo o el gobierno? Pongamos que fuese un juego contra el gobierno pues al caer éste se acabaría el problema, volverían como en Chile en el 73 los bienes a los automercados pero allí es donde el juego es contra el pueblo pues sus nuevos precios o las nuevas condiciones los harían en permanencia invisibles en la mesa de los obreros.

Este, por ejemplo es un cambio en el país porque difícil como resulte la comida se compra en bolívares y regulada y de esto dan prueba los indicadores de la FAO y basta con el sencillo ejercicio de mirar fotos para ver la mutación de un pueblo desnutrido a uno que incluso tiene sobrepeso.

Con respecto a la inseguridad siempre recuerdo la primera frase que le escuché a Ignacio Ramonet en París sobre Venezuela “en 1980 y algo me enviaron como corresponsal de Le Monde Diplomatique a ver la explosión delincuencial en Caracas, pues ya la ciudad rompía los estándares internacionales.

De nuevo, el problema existe, lo vivimos a diario. Par de veces he visto pistolas, par de amigos he perdido por causas absurdas. Sin embargo, el delito no es un hecho que se produzca solo y de la nada. Cuando lo hace así, suele ser inducido y esto tampoco tiene nada de nuevo.

Pero no quiero entrar a un planteamiento largo, tedioso o sospechoso de la teoría de la conspiración sino en la diferencia en materia de soluciones pues, si algo niego rotundamente es la limpieza social, la pena de muerte o la justificación de la tortura. En Venezuela al respecto, de hecho, existen anécdotas que podrían ser revisadas por quienes les interese el tema.

¿Quiénes somos? ¿qué nos ha hecho? ¿por qué les han pintado el mito que venimos a comer niños, a matar mujeres, a acabar trabajos? ¿Por qué me miran con los ojos aguados quienes consideran que mi trabajo sería mejor para otras causas o los que sentados con mi anunciada no renuncia a la esperanza me tildan de inocente de la política?

¿Por qué me tengo que sentar a explicar que somos unos tantos miles que no hacemos otra cosa que dar lo que somos para que otros, que quizás ni nos conocen puedan vivir mejor, sin escapar del Nuremberg de los prejuicios que se agotan en calcular lo que yo he de pensar por haber votado todas las veces por Hugo Chávez?

¿Por qué son otros los que se muerden la lengua, los que les da carraspera, el ver que en ambas aceras existen seres completamente naturales con aspiraciones y defectos, intentando vivir su vida y pensar lo que piensan?

¿O es que nuestra pequeña economía de puerto, nuestro oro negro, nuestra incultura histórica, nuestro odio transmitido de generación en generación no ha sido punteado por convenientes mitos que le convienen a otros que no somos ni ustedes, ni nosotros?

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