Aunque
me cueste imaginarlo sé que es cosa de tiempo. En algún momento llegará el día donde
no seas todos los girasoles, ni todos los besos. Donde mi nombre deje de
sentirse solo cuando no está contigo. Cuando pierdas el poder de ser de todas
las esperanzas, la mía.
Verás,
dentro del alma hay espacios que por ratos amanecen, que creen que el sol
levanta sobre la montaña y la noche vuelve y sigue y vuelve. Dentro del dolor del
alma, sé que ya no eres más que las ganas de llorar en los pasillos que huelen
a orine y a cáscaras de naranja y que si quiero correr, es porque he perdido
las ganas de imaginar la vida.
Simple
como eso, la vida era tu nombre. Amable como eso, la alegría eran tus labios.
Terrible como esto, lo que queda es lo que dejaste. Este manojo de sangre,
vísceras y huesos que buscan reencontrarse.
Cuando
paso por la calle hasta los perros recuerdan que iba de tu mano. Cuando escucho
las voces hasta los mudos me preguntan por ti. Cuando duele el alma veo tu
rostro moreno, redondo y feliz, y de nuevo, volteo y me veo, pálida, fría y sin
ti.
Cuando
el alma duele como los violines rotos regresa este nudo a la garganta, esta
sensación de que un pan me atora y me corta el habla. Cuando esas cosas pasan,
miro la silla de al lado, veo la mesa, la taza de café, veo mi carro, veo mi
mano y todas siguen sin ti.
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