Aquel país
donde María, no la virgen, ni la dueña sino la que pone el café, lava la
oficina o fríe las empanadas puede llegar a médico, a policía o a Presidenta y
sentarse en la misma fila del metro, compartir clases con el hijo del Doctor o
del Jefe, y, su hijo responde a la misma ley que el Empresario y si va a la
cárcel va a la misma, es un país democrático.
Por eso, la
democracia, como concepto y sobretodo como realidad tiene enemigos. El que
exista una repartición de la escuela y de la ley significa no tan sólo que
puedo mandar sino que puedo ser mandado. Que esa gente “menos culta”, que
escucha música que me molesta puede llegar a una diputación o incluso al
gabinete.
Por si eso
no fuese suficiente, la democracia supone que gobierne la mayoría para la
mayoría. No gobierna los que son muchos sino los que son más y lo hacen, con la
legitimidad y la fuerza que tienen los actos del Estado. Esto de las mayorías
es tan interesante como molesto porque se mide a través del sufragio, y se
corresponde con la realidad en la medida que las elecciones son universales y
directas. Ahora, cuando confluyen y eligen un dignatario marcan el tiempo que
sigue después de la elección.
Decimos que
“marcan” porque la visión de nuestro sistema de gobierno es aquella en la que
se debe participar siempre, en la que la soberanía no se transfiere y los
mandatos no son eternos. Como no son eternos, se votan periódicamente y pueden
cortarse con un referendo. Por un referendo, no por la fuerza ni por el
debilitamiento del Estado o el castigo del pueblo, con y por la participación
política no por el terrorismo o el atentado contra los derechos ajenos.
Hoy por hoy,
se afirma que la democracia es un derecho. Por lo cual ponerla en juego no es
tan sólo un problema político sino un atentado contra la dignidad de los
sujetos y del pueblo.
Como
categoría ideal veremos que la realidad tiene siempre oscuridades y angosturas
pero es en esta visión, la democracia como utopía, que se fijan las metas a
alcanzar. Desde esta óptica podemos ver las tareas pendientes: que el gobierno electrónico
sea realmente eficiente, que la corrupción se erradique totalmente, que se
abrogue la impunidad, que el burocratismo ceda y a la función pública se acceda
por concurso, etc.
Ahora bien,
eso no significa que la democracia no sea una realidad. Es un producto que se
construye y se vive, es el legado que más le costó dejarnos al Comandante
Chávez. La conciencia de que la democracia es una realidad colectiva,
construida y por construir, es lo que la salvará de volver al Olimpo de los
diccionarios donde se define sobre papel glasé, dejando al margen a María, la
empanadera, causa de esta nota y de esta Revolución.
@anicrisbracho
Caracas
Este artículo apareció el sábado 24 de mayo en el Correo del Orinoco.
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