jueves, 31 de enero de 2013

Lydda


Conocí a Lydda una mañana sentada en una esquina del Palacio de los Cóndores, tenía una manta, un cabestrillo, una mirada gacha y al verme soltó una sonrisa.  Estaba en esa andanza de ir a burlarse de las formales reuniones a las que se convocan los escritores en decadencia y al verme sabía que era la hija de Pedro, el que le escribió un poema. A ella, que no cabía en su pueblo.
Lydda era una presencia enorme una mirada que no se olvida. Antes de ese día era la mamá de Mirna, la alumna de mamá que se sentaba en risas en la sala de la casa y que se perdía en las veredas cuando mi papá la dejaba en San Jacinto, y era la esposa de José, sonriente, delgado, con unos ojos que recuerdo con una claridad absoluta, como la paz que da la conciencia limpia y el alma pura.
Lydda volvía cada tanto a los espacios que pisaba y llenaba de humo el homenaje a Gustavo Colina, iba de la mano de la Gocha en aventuras tremendas como el ponerse a la orden de Chávez para encarar el Ministerio del Desastre.
Lydda era la que me halaba al baño para compartir alguna locura en los atrasos y en las pausas de los recitales y me decía, “entonces, muchachona dejemos a los viejos y vámonos”.
Lydda, hoy que no es su cumpleaños ni el aniversario de su muerte sigue siendo Lydda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario