Blanca y chiquita pero intentando ser feliz.... |
Con el
tiempo, con los pasos en los que nos acercaron la descubrí presa de su propio
cuerpo, como si su belleza le hubiese jugado una mano a la mala suerte…
Del tórrido
romance al escarnio público a una crisis de autoestima burbujeante, ella, tan
físicamente perfecta estaba rota hasta los huesos, herida hasta la médula,
llorosa como los ríos. Con el tiempo, mi primer encuentro se transformó, no
había duda alguna de que vivía tan presa de la violencia como aquella que
temblando me decía “me pasó el cuchillo,
me lo pasó”. –“me dicen que no es
verdad porque no grité, porque no tengo morados los brazos pero si me movía me
mataba, me mataba…”
Es cierto
que yo misma no estaba para el ejemplo del manual, todas compartíamos los pesos
de una sociedad patriarcal que se vestía de imágenes, de seducciones y
ficciones para escupir recordatorios que “éramos
matriarcales, matrilineales, caballerosas sociedades…”
Todo
explotaba con intensidades y en momentos distintos pero era lo mismo, el padre
desdichado que sufría tener que ser un tanto –o un mucho- mas presente que lo
que le “toca” a los hombres, la muchacha que sufría el quirófano y la
divorciada que juraba no quererle y sólo llegaba a no quererle querer.
Pero
entonces, en este momento tan presas de ser el segundo género, la que se golpea
y aguanta, la que la televisión le ordenó someterse al bisturí como un cincel,
la que no ascendía , la que tenía
que conformarse con acumular fantasías sexuales al portador y yo misma,
martirizada por el coche que no arrastro, el hombre que no es, el matrimonio
que no ha sido, todavía decir la palabra feminismo era pecar.
Era pecar porque
entre todos los vivos a las mujeres se le aclaró que su lugar no era leer ni
hacer, era llorar por la desgraciada de la novela y desgraciarse con ella. Era
pecar porque a falta de lecturas nos convencieron de otras tantas cosas, como
que las feministas guardan al cinto, quizás cerca de los senos, un puñal.
Quizás el
puñal le solucionaría el pelo que pierde María o las horas que llora Eli o las
visitas al quirófano a Naza pero la verdad, nadie andaba en plan carnicero, estábamos
en la hoja de gritar que teníamos catalejos para ver lo que se invisibilizaba
en la normalidad.
Todo es
cultura y la cultura es biología. (Ah ok), una cosa tan descabellada como esta
es mi traducción de tantas imágenes, sombras y siluetas que se desprenden del
todo justificar.
Pero a la
hora que es, ni ella, ni yo, hemos rozado la sororidad.
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