viernes, 7 de junio de 2013

Con F de feminismo


Blanca y chiquita pero intentando ser feliz....
Confieso que la primera vez que la vi mi pequeña estatura, la palidez de mi piel, lo redonda de mi cara se sintieron incomodadas. Era una sílfide a la que le sobraban centímetros para pasarme en su rutilante color canela, su pelo indio hasta la cintura y sus formas propias del Miss Venezuela. Éramos en ese encuentro ella y yo, presas de los estereotipos. 

Con el tiempo, con los pasos en los que nos acercaron la descubrí presa de su propio cuerpo, como si su belleza le hubiese jugado una mano a la mala suerte…

Del tórrido romance al escarnio público a una crisis de autoestima burbujeante, ella, tan físicamente perfecta estaba rota hasta los huesos, herida hasta la médula, llorosa como los ríos. Con el tiempo, mi primer encuentro se transformó, no había duda alguna de que vivía tan presa de la violencia como aquella que temblando me decía “me pasó el cuchillo, me lo pasó”. –“me dicen que no es verdad porque no grité, porque no tengo morados los brazos pero si me movía me mataba, me mataba…

Es cierto que yo misma no estaba para el ejemplo del manual, todas compartíamos los pesos de una sociedad patriarcal que se vestía de imágenes, de seducciones y ficciones para escupir recordatorios que “éramos matriarcales, matrilineales, caballerosas sociedades…”

Todo explotaba con intensidades y en momentos distintos pero era lo mismo, el padre desdichado que sufría tener que ser un tanto –o un mucho- mas presente que lo que le “toca” a los hombres, la muchacha que sufría el quirófano y la divorciada que juraba no quererle y sólo llegaba a no quererle querer.

Pero entonces, en este momento tan presas de ser el segundo género, la que se golpea y aguanta, la que la televisión le ordenó someterse al bisturí como un cincel, la que no ascendía , la que tenía que conformarse con acumular fantasías sexuales al portador y yo misma, martirizada por el coche que no arrastro, el hombre que no es, el matrimonio que no ha sido, todavía decir la palabra feminismo era pecar.

Era pecar porque entre todos los vivos a las mujeres se le aclaró que su lugar no era leer ni hacer, era llorar por la desgraciada de la novela y desgraciarse con ella. Era pecar porque a falta de lecturas nos convencieron de otras tantas cosas, como que las feministas guardan al cinto, quizás cerca de los senos, un puñal.

Quizás el puñal le solucionaría el pelo que pierde María o las horas que llora Eli o las visitas al quirófano a Naza pero la verdad, nadie andaba en plan carnicero, estábamos en la hoja de gritar que teníamos catalejos para ver lo que se invisibilizaba en la normalidad.

Todo es cultura y la cultura es biología. (Ah ok), una cosa tan descabellada como esta es mi traducción de tantas imágenes, sombras y siluetas que se desprenden del todo justificar.
Pero a la hora que es, ni ella, ni yo, hemos rozado la sororidad.

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