La
filosofía jurídica siempre me ha perseguido. Creo que fue una maldición que me
eché cuando aburrida hasta dormirme, pensando en Derecho Mercantil contesté en
clases que el ius naturalismo era tan
sólo una cuerda de principios. Creo, que como pichona de abogada fui
profundamente positivista. Luego vino la filosofía en la Maestría con los
discursos de un kelseniano en Francia y el doctorado con su Cossio endémico, post
datado y descontextualizado en las palabras de un escenario que miraba el reloj
sufriendo. Pero luego, apenas con un pie en los mundos reales de lo jurídico
volvía con una necesidad loca a libros de filosofía que se tornaron en pañuelos
para llorar el desdén con el que un juez dictaba sentencia en hojas amarillas manchadas por el paso de billetes y favores, y,
luego, sin temor, ni ganas se escribían leyes muy revolucionarias cargadas de
errores y de oscuridades, como hechas a la medida para que nadie las aplicara.
¿En
qué momento empieza el problema?, ¿un abogado de izquierda, un abogado que
sienta es un error del sistema?, ¿cuánto falta para poder hacer de las ciencias
jurídicas un sistema de pensamiento?, ¿cómo trascender nuestro gremio del
pensamiento pop de la improvisación?, ¿cuándo los derechos serán del pueblo? ¿cómo
se hará el pueblo legislador? ¿alguien ha pensado que escribir leyes
pretendidamente de izquierda en un sistema de principios y estructuras de
derecha es arar en el mar?, ¿hasta cuándo el discurso y cuándo la acción de
unirnos como una escuela capaz de ser y crear derecho en el más amplio y
sencillo de sus significados?
¡Cuan
frustrante es a veces el sistema de descubrir cosas que otros han visto también!
La escuela de derecho no enseña a litigar, no enseña a sentenciar, no enseña a
legislar. Es una especie de estructura ideológica para la desmovilización permanente.
Un
abogado nacido en este sistema no es más que un estafador con traje. Un ave de
rapiña en la puerta de un tribunal. Un juez es el primo del dolor que llegó
para su suerte y para la desgracia del otro. Un abogado en la Asamblea Nacional
es una puerta de contención del proceso de liberación.
Si
una se presenta y dice, hagamos el intento de seguir a Fuller, no seamos
recetarios de problemas sino camino de soluciones, la cabeza les da vuelta y
los ojos se eclipsan, encontrarán una sentencia del año de la invasión española
que demostrarán que lo que pretendes, que puede ser un reglamento de asfaltado
de calles, es contra natura.
Es
entonces cuando, las aventuras del perro azul pasan a la lectura debajo del
escritorio dando vueltas elípticas para intentar hacer algo, mal de todos los
siglos los abogados tienen una asombrosa capacidad –ni se extinguen ni
evolucionan- sólo siguen repartiendo tristezas, quizás es entonces cuando, una
entiende aquella odiosa frase del abuelo “si hay dos cosas que no se le niegan
a nadie es el vaso de agua y el título de abogado”.
Pero
qué se hace entonces con las ganas de huir, no del trabajo, no de la ciudad
sino de la profesión. Con esa frase que guardo de alguna conversación “usted es
para ser abogada una poeta y para ser una poeta una abogada” pero no es un tema
de bellezas, es un tema de esperanzas eclipsadas en muros de la vagancia.
¿o
de la dominación? ¿somos acaso el impuesto que le cobró la Corona ad perpetuam
a la República? ¿somos los verdugos que no nos presentamos a degollar a nadie? ¿Y
si eso somos, que fuerza maligna nos hizo así?
Si
es más fácil que un elefante pase por el ojo de una aguja que el que un rico
entre al cielo, parece que esto es más fácil que despertar la sensibilidad de
un abogado y es entonces cuando, de lo general a lo particular, la pregunta
roza ¿cómo sobrevir?